Sarita Colonia viene volando
Eduardo González Viaña
Sarita Colonia Zambrano (1914-1940).
El primer milagro de Sarita Colonia se produjo cuando ella todavía era una niña y, en medio de la plaza de armas de Huaraz, su pueblo, el comisario mostraba envanecido el cadáver del bandolero Luis Pardo, a quien había matado a traición a pesar de ser compadres. Por otra parte, a pesar de ser martes, el día había sido proclamado domingo y estaba el hombre disparando balazos al cielo, dando vivas al Supremo Gobierno y repartiendo cañazo entre sus huestes, cuando se le acercó una niñita y le dijo:
–Usted ya no está detrás de usted. No hay nadie detrás de sus ojos. Resulta que ya no lo veo, señor comisario.
Dicen y se desdicen los que me lo han contado que el hombre fingió que no hacía caso, pero que al levantar una copa para decir "salud", muy a lo disimulado se palpó el corazón con la mano izquierda, y claro que ya no le latía, pero él se dijo para sus adentros que así debe ser el corazón de los valientes. Aquello ocurrió un día 7 de julio, el séptimo mes del año. Siete días más tarde a las 7 de la noche cayó muerto en esa misma plaza el hombre cuya muerte había profetizado Sarita Colonia.
Me lo contó un viejo de apellido Rivero a quien se lo había contado un tal Xandóval, quien lo supo de boca de un Morillo, a quien, finalmente, no pude ubicar. Lo cierto es que pasé varios años en amables conversaciones con más o menos unas 200 personas, y todas las historias que me relataron no las pude expresar en la novela que debido a ello escribí –Sarita Colonia viene volando–. El libro tendrá en estos días ocho años de escrito. Su personaje cumplirá 58 de haber muerto.
De esa investigación y de la generosidad de los parientes vivos provienen los datos que doy en el libro en cuanto al lugar y al tiempo de su nacimiento y defunción, y que solamente en ese caso y por esa razón son rigurosos y exactos. El texto no intenta ser una biografía sino una mala memoria, como suelen ser los recuerdos de amor, por decir un ejemplo. No podía transcribir los testimonios porque divergían acerca de todo, así que preferí guiarme por los sueños de los devotos, y confieso que también por los míos, que siempre me han llevado directamente hacia la verdad por los caminos del mayor asombro.
En los años 70, o sea más o menos 30 después de fallecida, comenzaron sus milagros, o sea su vida prodigiosa. En cuanto a su vida terrenal, ella es casi obvia: Sarita Colonia Zambrano, migrante de la sierra peruana, abandonó la tierra natal con Hipólito y Rosalía, sus padres, cuando comenzaba a ser una adolescente, y se fue a vivir al Callao. Aquello no ocurrió en cumplimiento de una profecía sino de una tendencia demográfica que la mayor parte del siglo XX ha estado trasladando a millares de familias del campo y del interior hacia la gran urbe capitalina, la tierra prometida o el escenario de su más penosa frustración.
Nada es inesperado allí. Las estrecheces de la familia Colonia, una probable vocación religiosa truncada por la pobreza, el trabajo de Sarita en el servicio doméstico y su muerte prematura resultan poco menos que normales datos estadísticos.
Tal vez lo milagroso de ella misma es haber sobrevivido, ya adulta y sola, en los barracones del Callao, tugurios pauperizados donde para cualquiera es un prodigio la existencia, y más lo sería para una joven cuyo único ingreso económico provenía del servicio doméstico ocasional. Una presumible muerte tífica, la atención deplorable en un hospital de pobres, las circunstancias de su muerte, también son usuales en la historia demográfica de los pobres del Perú.
Incluso la sepultura de Sarita corresponde a lo ordinario. Apenas se produjo su deceso, se dispuso que sus restos fueran conducidos, sin procesión fúnebre, hacia alguna inagotable fosa común. Una cruz, plantada meses más tarde por su padre, evitó que el nombre fuera borrado de la arena y lo preservó para que el futuro lo convirtiera en dolorida esperanza y en memoria colectiva, como suelen ser las creencias de los hombres inocentes, y también la palabra de Dios.
En los años 70 nació la leyenda popular que le atribuye portentos sin fin y la condición de santa. El ámbito de esta creencia estuvo inicialmente limitado a Lima y el Callao, pero en los años recientes sobrepasó la frontera norte del Perú, avanzó por los países vecinos hasta llegar a Centroamérica, y lo último que he sabido es que una estampa de Sarita está cosida al bolsillo de la camisa en muchos de los inmigrantes pobres que intentan entrar a los Estados Unidos. Ella los torna invisibles o los disfraza de neblina frente a los potentes resplandores y los rayos ultravioletas que usan los sofisticados policías de este país.
Los sectores más proclives a la práctica de este culto fueron, desde el comienzo, los que corresponden a la marginalidad urbana y a las actividades informales, a la desocupación y el subempleo. Un dato proporciona el perfil de sus devotos: de los 890 milagros apuntados por ellos en un cuaderno especial (hasta 1989), 751 revelaban el hecho –portentoso en el Perú– de haber obtenido un puesto de trabajo gracias a la intercesión de la santita.
Dos semanas después de que apareciera mi novela, que se agotó de inmediato, salió a la luz una edición informal, o pirata, de cuyo éxito siempre me he sentido muy feliz porque me permitió ser leído por gente a cuyo bondadoso acceso nunca había aspirado. Compraron mi libro en las esquinas, en las ferias pueblerinas, en las librerías del suelo y en la puerta de las iglesias, junto a estampitas, oraciones para conseguir el amor y magnetos mágicos. Debe ser por ello que muchas cosas me han ido bien desde entonces.
La gente me pregunta si creo en Sarita y yo respondo que sí, y que he recibido de ella muchas gracias, entre las cuales se cuentan el sombrero negro que me protege de la lluvia en Oregón y el recuerdo milagroso de la patria que se continúa en la nostalgia, y la nostalgia en estas cartas que escribo, además de a mucha otra gente, a mis amigos del Perú. Sarita Colonia viene volando al encuentro de quien la necesite, aunque sea a través de la página editorial de algún periódico. Aun los incrédulos pueden verla si aprenden a ver la luz detrás de la tristeza, la santidad en medio de la miseria y la literatura como una palabra cándida que se apodera del mundo.
El hermano de Sarita, Hipólito Colonia, de 74 años, recuerda que en Lima ella trabajó como empleada doméstica y como vendedora informal de pescado y de ropa. Además, otras imágenes le vienen a la mente: Sarita a los doce años cocinando para los hermanos luego de que su mamá muriera. Sarita rezando en el oratorio de la vieja casa de Huaraz. Sarita con viruela, atada de manos por su padre para que no se rascara e infectara el rostro. Sarita dejando de comer para darle su plato a los vecinos pobres con más hambre...
A ese sector ciertamente pertenece Sarita. Su historia personal se confunde con la de la primera ola migratoria, así como las cambiantes formas de su culto corresponden a las renovadas formas culturales que la migración va forjando en la capital. Nacida en 1914 en un barrio pobre de Huaraz -significativamente llamado Belén- sus veintiséis años de existencia terrena le bastaron para experimentar la trayectoria típica de la mujer de provincias en la gran ciudad, a la que arriba por primera vez siendo aún niña. Allí enfrenta la miseria como vendedora de mercado y empleada doméstica. Muere prematuramente en 1940, de causas inciertas, y es enterrada en la fosa común del Callao, donde luego su devoción se origina y se concentra.
Ésta es la historia de una persona que nació en Belén y cuyo padre era un carpintero. Y ésta también es la historia de su mito, inicialmente cultivado por unos estibadores del Callao y convertido ahora en casi un símbolo de la nueva identidad peruana del siglo XXI.
Entrevista: El último milagro de la Sarita
Gustavo Buntinx. Uno de nuestros más prestigiosos críticos de arte pone una vela a sarita colonia, la santa de los pobres. Su imagen mítica es motivo de una ambiciosa investigación sobre cultura y religiosidad popular
Por Enrique Planas
Hace algunas semanas, en uno de los conversatorios organizado por la Biblioteca Nacional en el ciclo "Lo cholo en el Perú", Gustavo Buntinx sorprendió al auditorio con informaciones inéditas que enriquecen notablemente lo que se sabe de un ícono cultural y popular tan poderoso como el de Sarita Colonia. Una investigación que se inició desde fines de la década del ochenta concluirá en breve con un libro que, --como explica el destacado historiador y crítico de arte-- le sigue la pista a la prodigiosa multiplicación y transmutación de su imagen, y cómo esta simboliza en términos religiosos la cambiante cultura andina y provinciana en Lima desde fines de los años sesenta.
El uso reciente de la imagen de Sarita Colonia en un aviso de Inca Kola demuestra que hablamos de un personaje compartido por el imaginario popular y las clases medias. ¿Sarita Colonia forma parte hoy de nuestra cultura de masas?
Por supuesto. Teniendo en cuenta que en el Perú la distinción entre lo popular y lo masivo es siempre borrosa y compleja. El proceso cultural peruano es una gigantesca máquina de metabolización. Lo interesante del último aviso de Inca Kola es que se articula como una reivindicación de lo propio. Sarita Colonia está plenamente asumida como un ícono de "identidad nacional". Ese es el mecanismo de psicología publicitaria que funciona en ese aviso y nos habla de las dimensiones portentosas que el mito de Sarita ha adquirido en nuestra sociedad.
¿Cómo describes los elementos que hacen mítica a Sarita Colonia?
Los nuevos mitos surgen de los fragmentos rotos de mitos antiguos, olvidados, aparentemente perdidos. La mitología es un arte de permutaciones y combinaciones. Sarita Colonia es una persona concreta, real, de carne y hueso, sobre la cual se pueden hacer muy interesantes investigaciones biográficas. Pero lo más importante aquí es entender no tanto su vicisitud terrenal, sino las mutaciones espirituales y culturales del mito. Al pronunciar su nombre se debe ser muy cuidadoso al definir si se habla del personaje histórico o de la creación mítica popular. Una parte muy sustancial del estudio que ahora estamos terminando se detiene en esta segunda y mítica vida de Sarita Colonia, que no guarda relación estricta con lo que fue su biografía histórica. Nos importa entender los procesos sociales de la transformación espiritual de un pueblo que busca nuevas imágenes de devoción más allá de las fronteras establecidas por la religiosidad oficial.
Una religiosidad alternativa que, sin embargo, repite las convenciones de la religiosidad oficial...
El mito de Sarita Colonia es producto de una cultura específica que tiene profundas improntas religiosas. En ella hay una marca católica y sexualmente represiva, pero lo interesante no es ver solo de dónde vienen las cosas sino a dónde apuntan. Por ejemplo, en la serie iconográfica de sus estampas, percibimos una transformación radical de esos orígenes represivos. Uno de los elementos fundantes de cierta tradición mítica de Sarita es su capacidad milagrosa de evitar la violación sexual, según algunos, huyendo de sus acosadores mediante un vuelo milagroso sobre las olas de la Mar Brava del Callao. Otras versiones más efectistas señalan que a Sarita se le borró su sexo en el trance de la imposición sexual. Evidentemente hay allí una búsqueda del prodigio, pero también la afirmación de la identidad a partir de una clausura del cuerpo. Lo que creo percibir en la evolución de las sucesivas imágenes que se van desarrollando en torno a este culto, es que esta vocación de castidad extrema va mutando a lo largo de los años hasta recuperar su sexualidad. Las primeras imágenes de Sarita tienden hacia la infantilización y metáforas de genitalidad clausurada. Conforme pasa el tiempo, sin embargo, el retrato cobra no solo edad sino fulgor y rubor. Hay, incluso, un creciente uso de recursos cosméticos. Es imposible no asociar la voluptuosidad y adultez creciente de la imagen de Sarita con la transformación de una cultura de migrantes que pasa de una estrategia defensiva de enclaustramiento a una ofensiva que les permite ser protagonistas de la refundación de Lima.
Por ello detrás del rostro y del mito de Sarita Colonia se esconden distintas biografías reales...
Yo siempre digo que hay tantas Saritas como necesidades de ella existen. La Sarita oficial, aquella cuya biografía es difundida y protegida por la familia, los hermanos que le sobreviven. Uno de ellos, Hipólito, ha publicado un muy interesante libro, donde se aprecia una versión tradicional, distanciada de los portentos estrambóticos que las interpretaciones populares suelen sugerir, particularmente en sus aspectos de sexualidad en riesgo. Pero más allá de la voluntad de sus familiares, el nombre de esta santa popular termina asociado a procesos de otra índole. Aquí resulta fascinante cómo el mito de Sarita se entronca con experiencias mitologizantes de la cultura popular limeña y chalaca.
En la Biblioteca Nacional señalaste una de las principales: el origen de la violación sexual atribuida a Sarita...
Así es. Uno de los aportes de la investigación es establecer la fuente precisa de esta tradición sexual vinculada a Sarita. Creo que aquí podemos hablar de un origen muy puntual del mito de Sarita Colonia. No hablo de su biografía, sino cómo la cultura popular procesa su canonización extraoficial. No puede dejar de sorprender la similitud que hemos encontrado entre las leyendas según las cuales Sarita Colonia habría intentado escapar a una violación arrojándose al mar y una historia policial real y concreta, que se dio en el Callao en febrero de 1922, cuando el caso de Amanda Loyola, conocido como "El crimen de la Mar Brava", sacudió las redacciones de Lima y también el imaginario popular. Amanda, una mujer sencilla que salió a pasear con su novio por la orilla de la playa, resultó asaltada por un grupo de maleantes. Su enamorado fugó en busca de apoyo y ella, en la desesperación de la fuga o abrumada por la experiencia de la violación, se arrojó al mar, tal como, --según tantas versiones--, hizo también Sarita Colonia. El impacto que esta historia tuvo en la opinión pública fue impresionante y quedó registrado en toda la prensa de la época, incluso en revistas que buscaban una lectoría más sofisticada.
¿Es un crimen contemporáneo a la juventud de Sarita?
Sarita nació en 1914 y murió en 1940. Probablemente en esos años ya estaba viviendo en Lima, quizás en el Callao. Pero no pretendo decir que hubo un vínculo directo entre la Sarita Colonia real y Amanda Loyola. Lo que establezco es el origen de una obsesión popular, que luego se volvería tradición mítica, a partir de una experiencia extrema. Se da esta situación trágica que deja un profundo trauma en cierto imaginario popular y conforme los años pasan, y se van olvidando los detalles, lo que queda es la huella de esa desesperación por la castidad, una ansiedad sexual, cultural, que busca una imagen en la que tomar cuerpo y la encuentra en Sarita Colonia. No me cabe duda de que en la imaginación popular ha operado un complejo proceso psíquico mediante el cual la historia trágica y real de Amanda Loyola se confundió con un culto naciente, pero aún vacío de portentos, que empezaba a generarse en torno a la figura de Sarita. Sarita condensa también una serie de creencias, tradiciones orales, mitologías que circulaban en el espacio sociocultural de los chalacos y que eventualmente se propagaría por toda la ciudad.
¿Cuál fue el vehículo de propagación?
Hay circunstancias cruciales. El hecho de que Sarita pasara de ser una devoción vinculada a marginales e indigentes, para convertirse en la santa protectora de los microbuseros. Estoy convencido de que su imagen conquista primero Lima y luego gran parte del país al incorporarse a esos retablos modernos que son los altares que los choferes colocan en los tableros de sus vehículos. De alguna manera, lo que está viajando con esas imágenes es también el recuerdo perdido pero transformado de Amanda Loyola.
HISTORIA DE UNA IMAGEN: LA EVOLUCIÓN DE LAS ESTAMPAS DE SARITA COLONIA
En los sesenta
La estampa inicial del culto de Sarita es tomada directamente de la fotografía familiar de 1926. Se aísla su figura, se alargan sus facciones, se redistribuyen las sombras para generar una luminosidad misteriosa a su alrededor, a manera de aura.
Principios de los setenta
Es el tiempo en que se conciben las estampas de impresión masiva. Sarita se nos ofrece más niña aún, pálida, flotando entre las nubes del cielo. Una actitud inspirada en las tarjetas de primera comunión. Sin embargo, sus manos orantes pueden simbolizar sexualidad reprimida.
Fines de los setenta
Según Buntinx, la sexualidad del personaje está sugerida en los inquietantes pliegues de las flores que a partir de entonces acompañan las estampas de una Sarita Colonia adolescente y con todavía ligeros atributos de feminidad. La aureola es ahora mucho más evidente.
Hacia 1990
Las grecas del falso cuello crecen y se alambican con una sensualidad ingenua, potenciada por el maquillaje que finalmente se atreve a reivindicar su presencia. En el encendido lápiz labial parece concluir la leyenda de la niña santa y sin sexo.
1 comentario:
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