Semblanza
Nace en Corongo un 23 de enero de 1901, en cuna honorable de los señores Ezequiel Olivera Bernui y de doña Etelvina Cortez Encina. Segundo de 9 hermanos y casa en únicas nupcias con doña Rosalvina Vergara Rirchter, hija primogénita de don Elías y doña Laura Vergara, quien fue ilustre patriota yungaino. Sus hijas Ethel y Laura siguieron la corriente ideológica del padre y heredaron la docencia escolar.
Alumno del Amauta Cirilo Vasquez en sus primeras letras y del Cura don Eli Valle y Monseñor Mauro Vega Guerrero en el Seminario San Francisco de Sales de Huaraz, a lado de don Adán Rojas Navarro, su hermano, Eleodoro Olivera C., don Esteban Solís, los hermanos Esteban Simic y los Vega Guerrero. Más tarde en las aulas universitarias, ingresa al Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo, donde se gradúa de Dr. en Teosofía y Filosofía. Sigue estudios doctorales en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la Escuela Nacional de Música y se gradúa de Dr. en Educación . En estas academias es compañero de don Luis Alberto Sánchez y, de don Pedro Benvenuto Murrieta ambos tres literatos y los Drs. Carlos Rodriguez Pastor y Javier Pulgar Vidal.
Multifacético y políglota, dominaba el latín, el francés, el inglés, el castellano y el quechua. Connotado concertista del violín y del piano .Inicia su actividad musical siendo Director de la Banda de músicos del Seminario San Fco. De Sales, en su primera infancia, luego en su juventud Director de la Filarmónica de Lima y de la Orquesta “Sol de Oro” de Yungay, Comparte su música con los maestros yungainos Victor Cordero Gonzales, Amacho Molina Rojo, Antero Ángeles, Norberto Melgarejo y con los huaracinos Eleazar Sánches y Wily Guzmán y Alejandro Collas, que con Olivera eran virtuosos del violín y del piano.
Compuso mas de 20 himnos en los diferentes Colegios del que fue Director en compases de 2 por 4 y 4 por 4, modulado para trompetas y clarines, muchos pasodobles, como “Siempre Yungaino”, “Sangre Inka Hispano”.Compuso el Himno a Yungay en 1954 y en 1968 el Himno al “Club Ancash” En cada Colegio que pisó le hizo un Himno y le formó su estudiantina y en cada Institución que visitó hizo otro. Compuso muchos tristes y valses como “Lagrimas y Sonrisas” y, “Aires de Primavera”.
Su labor docente lo llevó a ser condecorado por el Estado Peruano con las Palmas Magisteriales en el grado de “Maestro”. Fue Director de los Colegios San Martín de Pisco, del ”Leoncio Prado” de Huánuco, del “Colegio Nacional de Chota” en Cajamarca, del Colegio “Santa Inés de Sales” en Yungay, del "Colegio Nacional La Libertad de Huaraz" del "Colegio Nacional de Barranca” y del Colegio “Felipe Santiago Salaverry” en Lima. Fallece en la ciudad de “Los Reyes” en 1989, un dos de diciembre.
El empeño y pertinaz obsesión que puso Juan Gualberto Olivera Cortez por una reivindicación del hombre por medio de la cultura musical reclamaba de todos los que creemos en este ideal una pública y ostensible felicitación. Que espectáculo tan vivificante y maravilloso es la contemplación de un concierto musical. De un lado el músico se envuelve en un vértigo frenético de inmersión y exhalación, de fuga y salto, refundiéndose en la voluptuosidad dinámica de sus movimientos rítmicos y de otro el espectador no sabe que admirar más, si la elegancia de la melodía de las líneas que es un supremo esfuerzo que crea la música plástica, como principio del arte o si la misma música que oye.
Solo es digno de vivir en honra quien como Juan Olivera Cortez día a día forjó un ideal y conquistó un porvenir a fuerza de invertir decorosamente el tesoro y la fuerza de su juventud. Y ninguna generación es más gloriosa que aquella cuya juventud virilizada en los escenarios y estudiantinas acomete al porvenir con denuedo y decisión, vibrando de coraje e impaciencia con el brío del poder y de la acción .erguida la frente dando a aflorar la cabellera en cruda persecución y oponiendo a la tempestad su arrojo de frontera inexpugnable y agresiva; juventud como ésta capaz de las más inverosímiles acrobacias de la fuerza, no se puede menos que marchar por la vida iluminándola en el fulgor de sus pupilas ensoñadoras y embelleciéndolas en cuya tersidad el coraje hace brotar fosforescencias maravillosas, lampos damasquinados y esplendores de auroras.
Juan Olivera Cortez, el hombre que ha venido hasta nosotros, no cara al viento del navío sino sentado en la popa mirando hacia Yungay que dejaba atrás nos dijo: “No os asusten las ruinas humeantes ni los huesos que se calcinan al sol en el verano nuevo. Allí debajo de todo aquello que llena de dolor la página de hoy de nuestra historia, late con formidable energía el alma eterna de Yungay, esa alma hecha de una eficacia tan cara que mira cara a cara a la muerte con una sonrisa casi sensual, y que en prodigioso tino busca en la muerte misma la raíz de la vida nueva”.
Renán decía que en los pueblos habían horas tristes, jamás infecundas. Nadie puede comprender el sentido de éstas palabras como Juan Olivera, yungaino de corazón y de pasión. Fausto soñó con una juventud nueva sin que perdiera el alma, la experiencia de la vida anterior. Y Juan Olivera decia que asegura como Fausto me siento ingrávido, como si acabase de nuevo de nacer, sin ataduras materiales, para la vida nueva, pero con el sedimento de ese pasado que nos parece la otra vida y que sin embargo sigue germinando su humanismo eterno. Sin rencor, sin violencia, pero sin titubeos nos dijo: “que en aquella gran tristeza y tragedia se están gestando una aurora que solo fructificara en los que creímos en ella cuando era todavía oscuridad”.
Juan Olivera tendió su mano humana: símbolo de la jerarquía de la especie, superior al del abrazo, símbolo tierno en el que los dedos se crispan para crear o los que se extienden para bendecir, se doblan noblemente, como si se arrodillasen, para recibir los diez juntos la comunión de la amistad.
Santa Inés, como todos los colegios donde educó han vivido en Juan Olivera, inquietudes, afanes, sacudiendo los últimos rezagos de la modorra sensual de nuestra cultura teorizante. Han vivido con él los factores del progreso y se sientes alagados en aquellas horas de plasmación de sus ensueños tan inefables como aquellos otros de anhelo y de esperanza. Estas horas de recuerdo son eucarísticas y constructivas; constructivas por edificantes y eucarísticas por la comunión de ideales.
De alguna manera más sobresaliente hubiéramos podido celebrar un homenaje al Dr. Juan Olivera Cortez, si se tratara solamente de tributar un aplauso a sus méritos profesionales. Pero nunca habríamos logrado de otra forma que en este acopio de “Acuarelas de Mayo”, expresar nuestro afecto al profesional y amigo, al hombre de fino tacto social. Atentos a las más viejas liturgias cristianas cantamos nuestros salmos y partimos nuestro pan porque ansiamos que Juan Olivera en el más allá, participo no solo de nuestro orgullo sino también del aroma de nuestro recuerdo.
Tiene también este tributo la significación de una honda inquietud pedagógica. El maestro aspira en estas horas de esparcimiento, darse a la emoción de un dulce abanico de una hermandad sincera; el alumno quiere borrar su timidez en la jocunda de estas horas de albricias y acaso brote la “escuela nueva”,donde el maestro no sea tal porque enseña una lección con más o menos perfección, sino porque tenga para la juventud en la mente una falena y en el corazón una eucaristía donde los nuevos alumnos dirijan la proa de su nave en la tormenta y olviden su dolor en las horas de congoja.
Sin el tiempo y la distancia la esperanza no tendría la dulzura del encanto que anima y refuerza y la constancia seria un mito y la espera perdería su inefable candor de virtud y fe. Sin el tiempo no se habría cristalizado el diamante ni la montaña hubiera dejado fluir su oro potable (Aurum Potabile). El tiempo aquilata y da su temple de inmortalidad a las cosas.
La constancia de Juan olivera Cortez a travez de tan variadas mutaciones de su vida es un don que rebalsa los estrechos moldes de la virtud. El alma de la virtud es la bondad y la bondad cubre con su manto de bien y dulzura a las emociones humanas, haciéndonos ver las cosas como a travez de un kaleidoscopio. El alma de la constancia es el amor. Sin este substractum que seria de la constancia? En el que la realidad la acicatea diariamente, mostrándole a cada paso la faz del engaño y del olvido. El amor da a la constancia un poder de providencia y misericordia. Sin ello surgiría el odio y devendría la indiferencia. Así como la virtud sin la bondad es como palabra vacía, la constancia sin el amor es como una idea estéril y como toda esterilidad condenable y abominable, Así fue Juan Olivera, un encadenado a sus virtudes. Con cuanta realeza hubo desdoblado su alma y mostró sin reservas sus enseñanzas.
La belleza de su música añadió al amor un señorío real y en sus himnos la belleza y la excelsitud de la emoción heroica añaden el portento y lo glorioso de una marcha marcial. Pero lo que más le engalana y sublima es la gracia y la exquisitez y la delicadeza, es decir el arte de lo más noble: la inspiración.
A que aspiraba Juan Olivera? Una naturaleza bárbara y montañosa en quien la cultura y modales de la civilización no han penetrado. Por todas partes se escucha el grito desesperado de bestias. Costumbres insólitas, alturas rebeldes e inaccesibles, pedestal de águilas erguidas en actitud hierática y salvaje. Los destellos del rayo han tostado su faz y dado a sus pupilas una luz centellante. Abismos trágicos en cuyas hendiduras se pierde la luz y reina las tinieblas. Pendientes insostenibles que se precipitan sin fin y escabrosidades inusitadas en las que la pisada resbala o sangra y la ascensión se hace imposible. Selva en la que la maleza obstruye el paso y oculta a las fieras en asecho. Llanuras vastas en las que la mirada se extenúa y pierde en el miraje. Desiertos asombrosos donde la vida toca las cumbres de la muerte; ríos monstruosos, canijos que se arrastran como un cataclismo o languidecen como una pena, escenario de tormentas y cuna del rayo. El trueno ha puesto su pavor horroroso en el rostro y los espacios imborrables le han hecho atónito y desmesurado. No obstante lo convulso y aterrador de la naturaleza, por todas partes esta costeada por la soledad y por todas partes el silencio sobrecoge como un vértigo y en medio de él, el alma atroz, tenebrosa y, excesivamente terrible vive impróvida y en guarda contra las inclemencias. Naturaleza impenetrables e implacables, hecha para las emociones agrestes no entendería o no aspiraría entender los modales de la cultura.
Tuvo una frente meditativa y de definidos rasgos intelectuales. Las cejas firmes y pobladas denotaban una circunspección inquebrantable. Los ojos grises acerados fulguraban vitalidad y bondad. Nariz mediana al que una mueca imperceptible da señorío y donaire. De toda su persona brotaban ritmos agradables y educados y dan compás en la proporción que el arte prescribe. Pulcritud y ansiedad: he aquí las palabras que lo resumen. La una expresa un estilo de formas rítmicas, la otra su constante afán de superación, su natural sensibilidad humana.
En Juan Olivera Cortez el amor está encima de la lógica, en los dominios de la metafísica pura y es una axioma diáfano e indefinible, una aspiración inspirada, un estado beaticiso del alma, una ansiedad del ser que anhela apurar la miel de la bondad y agotar el fluido de lo bello. Sin este afán qué seria del perfume de las flores, el trino de las aves, lo especular del céfiro? La pradera odorante, e; paisaje multicolor, la fuente tersa y la corriente rumorosa, el cielo del azul índigo y los espacios cuajados de constelaciones y fosforescencias, matizados de celajes y de blancas y espumantes nubecillas?. Lo majestuoso y maravilloso, lo magnifico y lo sublime estrían ausentes del universo sin el amor. Solo a través de él son posibles las maravillas del mundo. El hechizo y el encanto de las cosas solo el amor lo puede sentir y presentir. El amor cuando se contempla nos dora con su resplandor y cuando nos invade es perfume del corazón y aureola del alma. Efluye tanto como se da y nimba de primavera el paisaje de la naturaleza. El ser que no ha amado no habrá conocido sino la mitad de la vida y solo aquella parte en que es más propicio al desengaño que a la ilusión.
El amor nos abre sus puertas con más frecuencia por la belleza y la gracia. La belleza es un tesoro raro sobre el cual se apiñan los hombres y las pasiones se agitan en una convulsión de rivalidad y celos. La gracia es una merced portentosa
que cubre de una dulzura inefable a los seres. Pero qué vale la belleza de una fisonomía si le falta el don de la simpatía a la persona?. El matiz maravilloso de un rostro, la esbeltez impecable de un busto o el primor de los ojos donde el sol acopia fulgores y las auroras entrañan espiritualidad?. Pueden acaso más que las excelencias de los tesoros personales o la sabiduría de la impresión que saben lograr?. Una cierta gracia acierta cautivar mejor que la perfección mas dechada de lo bello. De aquí que mujeres que no son propiamente bellas triunfen a menudo sobre las más favorecidas. Es la ley de la compensación que obra y crea el milagro portento de la gracia. Los sentimientos que inspiran la belleza y la gracia no son siempre iguales: suelen agostarse la belleza y desaparecer el sentimiento que inspiró; pero los que fecundaron la gracia perduraran porque el alma que los anima es la simpatía, flor inmarcesible que como un lis asciende mas que baja.. Puede la belleza interesar solamente a la inteligencia, pero la gracia conquista a la imaginación y avasalla al corazón. Su acción es más poderosa y completa.
Mientras que la belleza nace, la gracia se hace. Es en la cuna y con la primera canción de la madre que la gracia hace su aparición; el cuadro del hogar, la poesía; del universo, la selección de las emociones y sentimientos acaban de lograr la euritmia portentosa de la gracia. Mientras que la belleza tiene el oro del universo, la gracia tiene la melodía de la música. El oro podrá deslumbrar pero jamás pondrá transfundir o transmutar como la música.
Fue en un hogar apacible y dulce en el que la belleza y la gracia no se dió parva donde nació Juan Olivera Cortez..
Julio Olivera Ore
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