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jueves, 4 de septiembre de 2008

JULIO CESAR SOTOMAYOR CARRANZA

Doce horas entre los escombros

Esta es la historia de un sobreviviente del terromoto que destruyó Huaraz en 1970. Entonces era un niño de 10 años que permaneció semienterrado en una casa devastada. Su rostro desolado apareció luego en la portada de un tabloide. Julio César Sotomayor Carranza perdió allí a sus padres, pero logró reconstruir su vida al lado de sus cuatro hermanos. Convencido por su sobrina –estudiante de periodismo–, por primera vez se anima a contar lo que vivió. La impronta de aquella dolorosa pérdida se respira en la siguiente crónica al cabo de 38 años.

Por Andrea Chávarry Sotomayor

38 años después. Julio César Sotomayor Carranza es economista y trabaja en un banco.

Se echó sobre la cama de su madre mientras ella corregía sus exámenes. Allí se quedó dormido sin sospechar que no la volvería a ver más con vida. El 31 de mayo de 1970 siempre será para él un día inolvidable. Julio César Sotomayor Carranza tenía apenas 10 años.
Eran las tres y media de la tarde cuando fue despertado por los primeros sacudones del terremoto. Al cabo de 38 años, él mantiene vivos los recuerdos –y las secuelas– de aquel sismo devastador. Esa tarde salió desconcertado de la habitación y, en medio de su confusión, en vez de correr a la calle, se dirigió a la cocina.

"Para ir a la cocina, que estaba al fondo de la casa, debía cruzar un pasadizo angosto. No me di cuenta de que en vez de salir me adentraba más, me desubiqué por completo", recuerda contrariado. Julio logra relatar con escrupuloso orden su experiencia extraordinaria. No mira a los ojos ni levanta la cabeza, mueve las manos y suspira de rato en rato. Es un hombre serio y da la impresión de que ese traje elegante de oficina que lleva puesto le ayuda a vestir la madurez propia de su edad.

Es por eso que estremece ver cómo un ser humano puede ser tan vulnerable cuando se le toca la hebra más fina de su alma.

En el pasadizo se encontró con Rosa, la cocinera, quien cargaba en sus brazos a María, su hija de tres años. Ambos se miraron asustados y, como leyéndose el pensamiento, supieron que allí no había escapatoria. Los segundos eran minutos y los minutos, horas inacabables.

El pánico alcanzó su clímax cuando observaron cómo las paredes de aquel pasaje se cerraban violentamente y con ellos adentro. Los tres quedaron aprisionados bajo un montículo de adobes. Julio no había perdido el conocimiento, estaba lúcido, pero no sabía exactamente qué es lo que estaba pasando. Sentía miedo y rezaba fervorosamente.

Las paredes del pasadizo formaron una pirámide. Dentro estaban Rosa, Julio y María. Rosa era una mujer robusta y su cuerpo quedó atrapado entre los escombros. Soportó la carga de las paredes despedazadas hasta que lentamente se le apagó la vida. Debajo estaba Julio, enterrado hasta la cintura. Sentía un dolor agudo en la pierna izquierda.

No era para menos. Soportaba el peso de una viga de adobe y él trataba inútilmente de sacarla con cada remezón de la tierra. Sentía tanta sed que al percatarse de la saliva que brotaba de la boca de Rosa, introdujo sus pequeños dedos en esa cavidad y luego humedeció sus labios. Irónicamente, ella le brindaba un hálito de vida cuando ya se encontraba muerta.

De pronto Julio detiene su relato. Hace una pausa, traga saliva, suspira y evade la mirada. Sus ojos se llenan de lágrimas. Se ha quebrado y rompe en llanto. Es como si retrocediera en el tiempo y los cuarenta años que carga en la espalda lo devolvieran al momento y lugar de la tragedia.

MOMENTOS INOLVIDABLES
Cuando tenía 10 años apareció en la portada de Última Hora. Sobrevivió para contarlo todo.

Sus padres,Abdías Sotomayor y Violeta Carranza, eran maestros reconocidos y queridos en Huaraz. Ambos tenían cinco hijos: Elva, de 20 años; Frederick, de 18; Carlos, de 16; Julio, de 10 y María Isabel de 7. Aquella tarde, (salvo Frederick, que estudiaba en Lima), sus hijos estaban desperdigados por la ciudad.

Pero hoy, 38 años después, los cinco hermanos me rodean al centro de un comedor. Mientras narran su historia, oigo los sollozos de Carlos a mi lado. Fue él quien encontró a Julio bajo los escombros, le pidió muchas veces que no dejara de hablar para saber el lugar exacto donde estaba. Primero salvaron a la pequeña María.

Cuando Julio fue por fin rescatado habían transcurrido doce horas desde el sismo. El cuerpo de Rosa seguía atrapado entre las vigas y adobes que le quitaron la vida. Se quedó sola con el olor de la muerte y la ciudad encima de ella. Suena cruel pero su cuerpo inerte no era prioridad en esos momentos.

EXPERIENCIA ENLAZADA

Con sus padres, Violeta Carranza y Abdías Sotomayor, el día de su primera comunión.

Aunque no estuvieron juntos, los cinco hermanos compartieron la consternación de observar la destrucción de su ciudad y la angustia de ignorar la suerte que habían corrido sus padres. Elva, la mayor, recuerda el instante en que una de las columnas de la catedral se vino abajo no muy lejos de ella. Cuando el movimiento calmó, caminó, abatida, sobre los escombros. Llegó a la esquina de su casa y ahí encontró el cuerpo moribundo de su padre sepultado hasta las axilas.

"Aún estaba vivo, pero inconsciente, respiraba con dificultad; tuve ganas de gritar, pero no lo hice, traté de escarbar la tierra para sacarlo, cuando vi los cabellos de mi madre. Ella estaba muerta, con los huesos destrozados. Sentí que todo lo que había en mi interior se resquebrajaba", recuerda. Carlos estuvo con ella tratando de rescatar a sus padres, pero todo fue inútil. Abdías falleció en el hospital entre los brazos de Elva. María Isabel, la menor, tiene recuerdos vagos de aquel día.

La mente es tan frágil e impredecible que uno no sabe lo que puede hacer por defenderse. "Solo recuerdo que todo era polvo y que quería estar con mi mamá. Caminé sobre los techos de las casas y vi a mi padre enterrado, me acerqué, le tomé la cabeza y le dije que no se muriera", cuenta con voz entrecortada.
DESPUÉS DE LA TRAGEDIA
Frederick, Elva, Carlos, María Isabel y Julio César, los cinco hermanos Sotomayor Carranza que fueron traídos a Lima tras el terremoto. Aquí fueron separados en casas de familiares y amigos hasta que al cabo de dos años volvieron a ser reunidos en un mismo hogar.

El 1º de junio todos ellos fueron trasladados a la residencia del hospital. Ninguno de los hermanos tuvo la fuerza para sepultar a sus padres, así que otros familiares lo hicieron. La prioridad era Julio. Tenía la pierna hinchada y corría el riesgo de hacer una gangrena. Nadie le dijo que era huérfano, poco a poco él empezó a sospechar hasta que lo confirmó cuando, por la radio, escuchó que sus padres habían fallecido.

El 5 de junio fue evacuado a Lima en el primer vuelo de rescate. Viajó solo, con sus recuerdos, su temor y su profunda tristeza. Ya en la capital se reencontró con su hermano Fredy, quien vivía en Lima por motivos de estudio. "Cuando vi a Julio, vi el rostro de mi padre. Me quebré y fue en el pasadizo del hospital donde lloré amargamente."

Pasados los días, los otros hermanos llegaron a Lima. Tuvieron que ser separados en distintas casas de familiares pues eran cinco y era difícil mantenerlos a todos reunidos. Con ellos se vino Victoria, la hija mayor de Rosa. Tenía 18 años y se quedó con aquella familia de cinco hermanos huérfanos, con la cual había compartido los mismos recuerdos, la misma casa, el mismo dolor.
Julio estuvo cerca de un mes internado en el hospital. Los médicos dijeron que el golpe le había ocasionado una parálisis temporal del nervio ciático, razón por la cual tuvo sesiones de rehabilitación. Al cabo de tres meses lo matricularon en la Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte y a pesar de que todo indicaba que perdería el año logró salvarlo.
En Huaraz había sido el primero de su clase. Él recuerda con cariño el día en que salió campeón escolar. "Esa misma tarde le prometí a mi papá que sería bicampeón, si no los hubiera perdido, sé que lo hubiera logrado", comenta entre lágrimas.

Para él no fue fácil adaptarse a un colegio en Lima, era un mundo desconocido. Se preguntaba por qué tenía que estudiar solo, si a él le había pasado lo peor, no lo comprendía y le parecía injusto? "Era muy duro recordar que apenas unos meses atrás estaba en mi colegio, con mis amigos, jugando fútbol. No lo soportaba, pero no me quedó opción y me dediqué a estudiar".
En el verano de 1971, él y su hermana María Isabel fueron enviados al Cusco. "Sé que mis tíos lo hicieron con la mejor intención, pero fue lo peor para mí ya que todo me recordaba a Huaraz: la lluvia, el pan, el tejado de las casas, todo lo sentía tan fresco y no paraba de llorar. Duramos allí una semana".

Recién un año después, en 1972, los cinco hermanos volvieron a vivir juntos. Con el dinero obtenido de las indemnizaciones y la venta del carro de Abdías se pudo comprar la casa donde reconstruyeron sus vidas.
CONTRARIANDO EL DOLOR

Desolación. El terremoto del 31 de mayo de 1970 destruyó el 95 por ciento de Huaraz. Allí murieron 10 mil habitantes.

Los años han pasado, todos son adultos y algunos tienen hijos. La madurez que otorga el tiempo ayudó a superar aquel episodio traumático, pero la cicatriz nunca fue borrada. Victoria aún sigue con ellos. Les ha dado más de la mitad de su vida. Al igual que su madre, es la cocinera fiel de la casa, pero se le considera un miembro más de la familia. Julio, el eje central de esta crónica, es ahora un cuarentón hecho y derecho.
Destacó siempre en el ámbito profesional y laboral, pero nada es perfecto y su mirada de hombre de éxito guarda cierta tristeza.

En cuanto al resto me consta que viven sus vidas esforzándose por salir adelante. Se enorgullecen de su tierra y alimentan los lazos filiales. Esta es la verdad sobre la historia de mi familia, la que se quedó huérfana, la que sufrió, la que se cayó, pero también la que se levantó y la que siempre habla con amor de aquellos personajes que nunca pude conocer, pero sí imaginar: mis abuelos Violeta y Abdías.
La Republica Dominical 25/05/2008

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