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jueves, 31 de diciembre de 2009

Juan Paredes Castro

Un prólogo a una Historia de Huaraz

Por Juan Paredes Castro

Prólogo del Libro ‘Una Historia de Huaraz’ de Ernesto F. López Ramírez

Fuente: Revista Asterisco Nº 19 Agosto 2007.

A Huaraz llegué de tres maneras. La primera vez, trepado en un camión cargado de abono hacía la ruta Casma-Caraz. La segunda vez, en busca de matrícula en el colegio La Libertad, después que definitivamente la perdiera en Caraz. Y la tercera, contratado por el club de Fútbol Santa Rosa, junto a algunos amigos de Yungay, reclutados, como yo, cada semana, al valor en numerario de 100 soles por partido, más 50 soles por gol marcado. Corrían entonces los años 60. Un aluvión había desaparecido Ranrahirca. Nada hacía que imagináramos que Yungay pasaría por la misma suerte apenas comenzada la década del 70. Y que el terremoto hiciera añicos la antigua ciudad de Huaraz. Bastaron algunas horas de la tarde del 31 de mayo para que en ambos casos la naturaleza rindiera cuenta de una atrocidad pocas veces vista en el mundo.

Pasó el tiempo como pasa siempre, muy rápidamente. En Lima yo solía tener un punto de llegada frecuente: La pensión de unos amigos huaracinos, con una puerta que daba a la plaza San Martín y otra a la cuadra 9 del Jirón Lampa, antes que la ensancharan. Los que pasaron por esta pensión son todos conocidos, tanto así que no necesito nombrarlos. Fue probablemente la más célebre pensión de aquellos tiempos en la manzana que circundaba el tradicional cine Metro. Y por esos mismos primeros años 70, encontré otro punto de llegada: la casa de la familia Cadillo Castro, en Salamanca de Monterrico. Hacía varios años que no veía a Isabel Cadillo Castro, a quien había conocido allá por 1963. Diez años después, un 3 de enero del 73, me casé con ella en la iglesia del Centenario, en un Huaraz irreconocible, que había que imaginarlo para que fuera cierto, para que sus dimensiones calzaran en la memoria, para que el aire que respirábamos fuese en verdad el aire de siempre y para que los cerros que lo rodeaban se convirtieran en las coordenadas obligadas de nuestra orientación cotidiana entre el este y el oeste, es decir, de La Soledad a Rosas Pampa, y entre el norte y el sur, esto es, de Monterrey a Tacllán.

Lo que acabo de relatar aquí sólo tiene un propósito: motivar en mí la respuesta a la pregunta de ¿porqué no me fuí nunca de Huaraz desde que llegué?. Siento que de otros lugares me fuí, habiendo vivido tanto o más tiempo que en Huaraz. Pero de Huaraz no pude ni quise irme nunca. Suele decirse que nadie es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Yo no tengo un muerto en Huaraz que sea camino de mi sangre. Pero igual la reconozco como mi tierra, tanto como Lima, donde nací, o Sihuas, donde crecí hasta los 9 años. Mi mujer es huaracina, mis años colegiales son huaracinos, mis mejores horas robadas a las clases para leer mis libros favoritos son huaracinas, las mejores vacaciones de mis hijos son huaracinas, mis mejores amigos y amigas son huaracinos, los cimientos, muros, pisos, puertas, ventanas y tejas de mi casa son huaracinos en el recordado viejo bosque de Huaraz. Quizás aquí y en algo más está la respuesta de por qué no me fuí nunca de Huaraz desde que llegué, de por qué no me iré y de por qué vivo la mayor parte del tiempo rodeado de Huaraz y de huaracinos.

Después de leer este bello libro de Ernesto López, sólo puedo confirmar que todo el que llegue a sus páginas tampoco va a poder irse de ellas, ni del Huaraz de ayer ni del Huaraz de hoy, allí rescatados y retratados, desde la mirada a ratos aguda, a ratos traviesa y a ratos nostálgica, del autor, que parece reservarse para sí más de una lágrima en el fondo del corazón, a la hora en que sencillamente no puede contarlo todo porque por querer contarlo todo, nunca podría contarnos nada como nos cuenta en cada línea del libro que usted tiene en sus manos.

Ernesto López, este pintor, muralista y acuarelista de la pluma al servicio de la memoria histórica de su tierra, no pretende hacer una sinopsis o una epopeya de Huaraz. No es su oficio ni su objetivo. Busca con la sencillez y la sabiduría propia de quien ha vivido mucho y cree que ha vivido poco, reconstruir más bien un mapa colorido, en movimiento, sobre el Huaraz que pasa por sus ojos, y por los ojos de sus lectores, con sus personajes de nombre y apellido y con las anécdotas que enriquecen la vida de esos mismos personajes, conforme se reencarnan en la realidad narrada. Algunos de los capítulos que se leen como una novela y otros como un registro minucioso de lo que uno quisiera recordar siempre y no perdérselo. No en vano, Ernesto López viene de una experiencia de educador de aula, que nos la vuelca íntegra en la manera de ponerle giros y significados muy locales e identificables, hasta en quechua, a los personajes y a las situaciones. Si lo que nos cuenta en su libro lo hubiera podido pintar tendríamos quizás las mejores acuarelas de la vida de Huaraz. En cierta forma, las páginas escritas aquí son acuarelas a las que hay que seguir de secuencia en secuencia para llegar a la conclusión que podían haber sido pintadas con la palabra inclusive antes de que los personajes y las situaciones descritas existieran. No sabría decir en qué momento muchos de los personajes que Ernesto López construye en su libro terminan pareciéndose a las caricaturas que él pinta de ellos, con la más desenfadada gracia y humor con que lo hace también en sus charlas.

Confieso que el libro de Ernesto López es uno de los mejores aportes contemporáneos a la historia completa que alguna vez se escribirá de Huaraz.Sus crónicas completan muchas de las visiones que Marcos Yauri Montero recrea en sus novelas y que otros escritores y poetas huaracinos como Francisco Gonzáles han plasmado en sus obras y para mí, personalmente, este libro reafirma la convicción compartida por muchos de que Huaraz, sea en la dimensión de la realidad, o de los sueños, tiene el magnetismo de sus montañas, que no es otro que el magnetismo de su gente, para bien o para mal.

Lima, mayo del 2005

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