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jueves, 24 de noviembre de 2011

Jeremías Arana Melgarejo

Walter A. Vidal Tarazona
El domingo 13 de noviembre se fue, sin despedirse, nuestro amigo Fillichu. Partió con su modestia y su contagiante sonrisa, con su dulce quechua a flor de labios para saludar al amigo, al paisano, para contarle una anécdota, para brindarle unas palabras de cariño, fuera de todo libreto, borboteadas solo de su corazón sincero.
foto de Jeremías Arana M.
por cortesía de: Yolanda Arana
Cuando supimos de su muerte, nuestra alma recibió un azote cruel, doloroso, no sólo por su partida a donde tendremos que ir en cualquier momento a seguir departiendo sus chistes y anécdotas, sino, pero más fuerte aún, por haber sido impedidos, por  la fría existencia sin vida de esta enmarañada urbe metropolitana que se llama Lima, de darle el adiós postrero al amigo entrañable, al amigo de infancia, al compañero de escuela.
Jeremías Arana Melgarejo, hijo de José Arana Guillén y Fredesminda Melgarejo Ariza,  casado con Bertha Asencios Villarreal de Chaccho,  nació el 30 de mayo de 1936; la vida le ha complacido dándole dos hermosas  hijas, Judith y Yolanda, y dos talentosos nietos, Joel e Ingrid
Fillichu, como sabía hacerse llamar  por sus amigos, es ya un personaje en el corazón del pueblo llamellino, principalmente en nuestra generación de los 30  y 40, por su personalidad, ajena  a  poses absurdos de gran caballero; él, supo ser humilde y sincero, amigo de todos; para quienes lo queríamos tanto era muy difícil  identificarlo sin anteponerle  su apelativo, que le dio vuelo a la popularidad raimondina, heredado de su cariñoso tío con quien vivió en Llamellín, don Acucho Melgarejo. Inquieto hasta donde el podía darse a los suyosy amigos. Cuando niño, integraba la banda de músicos de la Escuela Pre Vocacional 343 de Llamellín tocando la corneta.  ¿Quién de su promoción no recuerda sus travesuras en los viajes de excursión a Huacaybamaba, Uco, en las visitas a Chingas, Aczo y muchos lugares más, siempre  pistón o corneta en mano?. Cuando llegó el momento de volar a Lima a buscar trabajo y estudio, lo hizo con ese mismo optimismo, que lo ubicó pronto en el Hospital del Obrero (Almenara) en la sección archivos, luego cirugía, en las cuales lo buscábamos para que nos ayudara en alguna gestión de emergencia. Jamás dejó la afición a la música, el huaino ancashino fue su pasión, jamás se desarraigó espiritualmente del terruño; nos enteramos (guardaba silenciosamente su secreto) que se matriculó al Conservatorio de Música. Tocaba el acordeón magistralmente. Tampoco fue ajeno a otras actividades como la carpintería, fotografía, que supo mixturarlas con otras de carácter social principalmente  con las que tenía vinculación a nuestra tierra adorada. Fue Presidente del Centro Cultural Llamellín, una de las más antiguas instituciones de provincianos en Lima.
No pudimos  aquietar nuestra desesperación por haber estado ausentes en su partida, hasta ubicarla a su hija Yolanda y expresarle nuestra condolencia. Al terminar nuestra conversación virtual, de intercambio de palabras de dolor fresco, ella pronunció esta frase de André Malreaux desempolvada para la ocasión del cofre de sus recuerdos: “guardo dentro de mí un museo de todo lo que viví y amé en la vida".