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sábado, 29 de mayo de 2010

Al cumplirse 40 años del terremoto y el aluvión que sepultó Yungay

Yungay en la memoria
Por Manuel Valladares Quijano
Con motivo del centenario de la creación política de la provincia de Yungay (1904-2004), fuimos invitados por algunos amigos para participar en los actos de conmemoración a realizarse en el nuevo Yungay. Agradecimos la invitación y prometimos viajar. Pero no sabíamos con claridad el papel que podríamos cumplir. Faltando apenas tres o cuatro días para el viaje, decidimos escribir sobre personajes representativos que recordábamos de nuestra época de colegial, acerca de lugares en la propia ciudad y en las campiñas, de establecimientos comerciales y de sus singulares dueños, de las calles empedradas, del colegio y los profesores; y, en fin, acerca de las melodías, los colores y los rostros de las vidas que habíamos conocido y querido. El manojo de textos que logramos producir, lo habíamos hecho pensando en que sus principales o quizás exclusivos lectores serían los yungainos que salvaron sus vidas allá en el Callejón o en cualquier otro lugar de la tierra, los que conocieron Yungay y vivieron allí mucho o poco, provenientes de Yanama, Shupluy, Cascapara, Quillo, Matacoto, Mancos o Ranrahirca, de cualquiera de sus estancias y caseríos. Llegamos a imprimir un pequeño folleto con el título "Yungay y mis recuerdos", algunos de cuyos pasajes fueron leídos por nosotros en un acto bastante concurrido en el auditorio de la Plaza de Armas del nuevo Yungay y luego distribuidos algunos cientos de ejemplares. Sabemos que muchos aún lo conservan porque habla de ellos y de su pueblo.
En esta oportunidad, en vísperas de cumplirse 40 años del terremoto y el aluvión que sepultó Yungay, sus campiñas y caseríos cercanos (31 de mayo de 1970), también hemos escrito acerca de temas similares al de mi anterior folleto aunque, por razones mucho más personales e íntimas, dedicamos mayor espacio a cuantos habíamos conocido muy de cerca o de lejos y que se fueron sin retorno ese trágico día y, al mismo tiempo, a quienes estando en Yungay sobrevivieron por caprichos de la naturaleza o porque se encontraban en otros lugares del Callejón de Huaylas, del Perú o del mundo. De otra parte, en esta ocasión, hemos preferido mantener el mismo estilo de exposición llana, simple y ágil que el de la vez pasada; escribimos para que nos lean con la mayor naturalidad los yungainos, sus hijos y demás familiares y aquellos que, al igual que nosotros, vivieron en esa tierra o la conocieron aunque sea de paso; igualmente, esperamos que nos lean los sobrevivientes y nuevos habitantes que hoy pueblan el nuevo Yungay. Encontrarán en nuestras páginas quizás no más que unos fragmentos de una realidad más grande y densa que anida en sus recuerdos.
Los dos textos, el primero del 2004 y el segundo escrito en estos días, ahora conforman un solo folleto el mismo que entregamos a nuestros amigos, compañeros y paisanos. Este es, de nuestra parte, con el dolor y los recuerdos inacabables, como los de muchos, nuestro homenaje a la tierra y a la memoria de todos los que se fueron en los más violentos instantes de la tarde del 31 de mayo de 1970.
PRIMERA PARTE
Don Amadeo Molina Rojo – "Amacho" o "Amachito" para sus familiares y amigos íntimos- era uno de los personajes más singulares y permanentes de la ciudad de Yungay. Era muy respetado y querido por su seriedad, inteligencia y simpatía y por su reconocido dominio del arte de la música. El era ciego probablemente desde su nacimiento y desde niño tuvo que aprender a conocer las calles por las que transitaba a diario con dirección al mercado, a ciertos establecimientos comerciales, a la Iglesia, al teatro y a otros locales públicos o casas de la parte céntrica de la ciudad. Vivía en el barrio de Huambo y casi siempre caminaba solo. Como talentoso y excepcional músico tocaba piano, violín, mandolina y guitarra; creo que también era buen cantante. Como pianista y violinista participaba en las misas y diversos actos religiosos que se realizaban en la vieja Iglesia Santo Domingo, la que existía desde la época colonial, o en la nueva Catedral construida en el transcurso del siglo XX. Con la mandolina, el violín o la guitarra, según las circunstancias, integraba la Orquesta Sol de Oro de Yungay. Quizás don Amadeo fue uno de los fundadores de dicha orquesta. Había sido su director en la década del 50. Recuerdo que en diferentes oportunidades improvisó victoriosamente a la guitarra, pulsando las cuerdas con maestría y serena destreza, sin el menor alarde de genialidad sino más bien con la mayor naturalidad del mundo, acompañando con solvencia a hombres o mujeres con talento de cantantes que visitaban la ciudad y se aparecían en las actuaciones culturales o fiestas conmemorativas que se realizaban en las salas de cine o de teatro. Además, desde muy joven, don "Amacho" había sido compositor, siendo los temas de su preferencia el huayno, el pasodoble, el vals y la marinera.
Don Amadeo Molina era de contextura física relativamente gruesa y de estatura mediana. Al suceder el terremoto y aluvión del 31 de mayo de 1970, don Amacho tenía probablemente entre 50 y 55 años de edad. A lo largo de su vida debía haber hecho amistad con muchos de los pobladores de la ciudad de Yungay y de los pueblos cercanos, de los caseríos y distritos de la provincia. Reconocía por la voz a quienes habían estudiado con él en la escuela primaria y tal vez en la secundaria. Sus estudios profesionales los había realizado en el Seminario Santo Toribio de Mogrovejo donde consolidó su vocación y conocimientos musicales, además de estudiar filosofía y literatura mediante el sistema braille. Cuando transitaba por las calles de la ciudad, sin mayor dificultad, erguido y algunas veces sin usar bastón, con sus infaltables terno y corbata y cubierto los ojos por gafas negras, apenas escuchaba el saludo de quienes no lo habían visto por varios años, como muchos de sus compañeros de estudios o de juventud, los nombraba al instante con la plena seguridad de que los estaba reconociendo. Presencié en incontables oportunidades que de esa manera reconocía a familiares y paisanos míos del distrito de Yanama y a quienes justamente los recordaba como amigos suyos desde sus épocas escolares. Se saludaban o intercambiaban algunas frases amistosas como si todos los días y todo el tiempo hubieran estado encontrándose y conversando. Las pocas veces que mi padre llegaba a Yungay, cuando veía a Don Amadeo Molina, la música, la ciudad y sus calles don Amacho caminando por su cuenta y lo saludaba con el "hola Amachito" de siempre, sin que ninguno de ellos tuviera que detenerse para darse un apretón de manos, éste solía responder con un "¡hola Marcial! ¿Cómo estás?" o cuando yo volvía al colegio después de las vacaciones de cada semestre y de cada año, apenas lo saludaba él me decía "¡hola chico! ¿cómo está Marcial?". Durante mis estudios de secundaria en el Colegio Nacional Santa Inés, muchas veces yo había participado en actuaciones públicas de carácter cultural o en la presentación de obras de teatro y recuerdo que durante algunos de los ensayos solía aparecerse don Amadeo para ir haciéndose una idea de la parte musical. Los alumnos lo tratábamos con especial respeto y admiración.
Nos limitábamos a escuchar su conversación con el profesor que nos dirigía o a responder alguna pregunta suya; nunca se nos ocurrió tomar la iniciativa por conversar con él, así tuviéramos el deseo de hacerlo.
Don Amachito, inteligente, genial y talentoso personaje, nunca pudo ver, desde un lugar cualquiera de la ciudad y sus campiñas, el blanco intenso de las cumbres del poderoso Huascarán ni la enorme mole de hielo que en el último minuto se desprendió desde lo más alto y se precipitó al pie del nevado, removiendo con cataclísmica violencia agua, tierra y piedras, que luego en unos cuantos segundos generó el aluvión que se abalanzó sobre él y sus amigos, sobre miles y miles de almas, sobre la ciudad de Yungay, sus barrios y campiñas, su plaza y sus palmeras, su música y sus calles empedradas. Todo quedó cubierto de lodo, polvo y silencio. Todos murieron. Pero todos viven por siempre en nuestros recuerdos.

Don Francisco Alegre, don Panchito para sus amigos y el teacher para sus alumnos del Colegio Nacional Santa Inés, era otro de los personajes conocidos y queridos por los yungainos. Para dictar sus clases de inglés, desde muy temprano el profesor Alegre caminaba todos los días desde su casa en el caserío de Chuquibamba, pasando por Caya, hasta el colegio que quedaba en el centro de la ciudad, en una de las esquinas de la Plaza de Armas y en la misma recta de la Iglesia Santo Domingo y la Catedral. Todos los días recorría de ida y vuelta una distancia aproximada de 6 a 7 kilómetros. Era un hombre delgado, de color cetrino y de mediana estatura.
Era un profesor inteligente, gritón y cascarrabias, frecuentemente se peleaba con la mayoría de sus alumnos pero con mayor irritación lo hacía con las mujeres y algunas veces les decía zamba canuta. Él enseñaba en todas las secciones y promociones, del primero al quinto año de secundaria.
Don Francisco Alegre salvó de morir el día del terremoto y el aluvión. Logró sobrevivir a la tragedia, porque el aluvión pasó un poco lejos de Chuquibamba. A los ocho días de ocurrida la tragedia, ya en pleno mes de junio, yo me encontré con mi viejo profesor en el almacén que habíamos instalado conjuntamente con oficiales del Ejército (Capitanes Marín y Mejía, quienes también habían sido sus alumnos)) en un amplio segundo piso de un local de la Municipalidad de Ranrahirca, casi al borde mismo por donde había pasado en unos cuantos segundos el aluvión de lodo y piedras que sepultó Yungay y sus campiñas.
En el caso de Ranrahirca, era el segundo aluvión en menos de diez años. Fue para mí motivo de una gran emoción y especialmente un gran honor recibir en dicho almacén la visita de don Panchito Alegre. Desde Don Francisco Alegre, Chuquibamba y el Colegio luego, fueron apareciendo también algunos otros sobrevivientes como don Alfredo Blanco, don Apolinario Jaramillo, Washington Roca y su esposa Luisa o personas más jóvenes como Augusto Flores, "Chacachica", el cantante y guitarrista Popo Pérez, Carmen Giraldo quizás Cico Alamo y otros amigos. En dicho almacén habíamos apilado los víveres, ropa, frazadas, medicina, etc., recogidos del local central de la JAN en Lima que dirigía la señora Consuelo González, esposa del Presidente de la República General Juan Velasco Alvarado.
Todo ese cargamento entregado por la JAN (Junta de Asistencia Nacional) fue llenado en un gigantesco camión y trasladado desde Lima hasta Ranrahirca por un grupo de jóvenes yangainos y el que yo integraba y dirigía. El alquiler del camión fue pagado por Conrado Quijano Velásquez quien en esos tiempos era funcionario del Ministerio de Hacienda o del Estanco de la Sal. El dueño y chofer del camión era don Claudio Nizama, un huancaíno, jaujino o tarmeño experimentado en trasladar carga pesada por las endiabladas carreteras de los Andes peruanos. Puesto que la Panamericana Norte y la carretera de penetración al Callejón de Huaylas estaban destruidos, salimos de Lima por la Carretera Central, subimos hasta Ticlio, de allí bajamos y llegamos a Cerro de Pasco y Huánuco y de ahí subimos al portachuelo para bajar al pueblo de Aija y luego dirigirnos a Huaraz a donde llegamos de noche y finalmente de ahí avanzamos hasta Ranrahirca. Los policías y soldados del ejército que se encontraban a la entrada de Huaraz, nos advirtieron que la ciudad estaba convertida en polvo, que de día y de noche se removían escombros y se recogían cadáveres y se trasladaban a las inmensas fosas comunes para evitar no sólo el mal olor sino la proliferación de epidemias y pestes. Nos advirtieron también de otros peligros para que saliéramos lo más pronto posible del lugar y nos alejáramos bordeando la vieja ciudad literalmente convertida en escombros y así lo hicimos.
Don Francisco Alegre, nos visitó durante varias semanas al almacén de Ranrahirca. Le obsequiábamos víveres y ropa; también cajetillas de cigarrillos a sabiendas de que él no fumaba, pero nos recibía por cortesía y porque sin duda habían otros amigos a quienes entregárselos. Desde nuestra época de estudiantes en el colegio, en la segunda mitad de los años cincuenta, sabíamos que el profesor Alegre era protector de parientes y amigos que vivían en Chuquibamba o en lugares vecinos. Muchos de estos quizás vivían en su casa o muy cerca de ella como sus ahijados los hermanos Carlos y Néstor Vilcarino. Este último fue compañero mío de aula y de tantas andanzas. Los dos hermanos estudiaron en la Escuela Normal de Tingua y se titularon de maestros. El mejor y quizás único discípulo del teacher fue otro de sus protegidos: Lamberto Guzmán Tapia, el famoso "Cumpa", el mismo que nunca había sido alumno regular y que ni siquiera había intentado matricularse en el Colegio. Este muchacho "Cumpa" había sido de familia muy pobre y, por eso, desde muy niño tuvo que trabajar en diversas actividades y particularmente vendiendo diarios (La Prensa, El Comercio, Ultima Hora) que todo el tiempo llegaban desde Lima y de vez en cuando algún otro periódico desde Huaraz. Cuando lo conocimos, "Cumpa" andaba por los 25 o 30 años de edad y frecuentemente se lucía hablando en inglés con el propio teacher o con turistas extranjeros que frecuentemente se aparecían por allí en camino a las lagunas de Llanganuco o al Huascarán. Recuerdo bien que recién a esa edad, siendo ya un hombre hecho y derecho, Guzmán Tapia pudo matricularse para realizar sus estudios de secundaria, hacia 1959-1960, cuando se creó la sección vespertina del Colegio Santa Inés. Guzmán Tapia también salvó de morir el día de la gran tragedia y todavía logré verlo.
El profesor Alegre, hombre bastante mayor, era soltero y se comentaba, medio en broma y medio en serio, que andaba platónicamente enamorado de la profesora Zenaida Espinoza Villón quien también era soltera y maestra en una escuela primaria de Chuquibamba. Ella pertenecía a una familia que, al parecer, descendía de terratenientes de la zona del Callejón. Quizás de don Isaac Villón, prominente personaje de Yungay de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. La profesora Zenaida aún era joven y también caminaba todos los días de Yungay a Chuquibamba y viciversa. Pero, después de tanto caminar, parece que los caminos de estas dos almas realmente no llegaron a cruzarse. De don Francisco Alegre podemos decir, sin riesgo de caer en exageración, que fue profesor de varias generaciones a lo largo de las décadas del 30, del 40 y del 50. Por otra parte, de él debemos decir que más que gozar de gran popularidad por ser tan conocido como maestro de tantos hombres y mujeres, se sentía feliz de la tarea cumplida y de ser reconocido por todo el mundo. Prefería no aceptar y no participar en homenajes a su persona y a su trayectoria docente; era un hombre algo huraño y buscaba mantenerse un poco distante de los mismos que lo respetaban y lo querían. Don Panchito nunca buscó popularidad, no lo necesitaba ni tenía noción de ella. Su mundo lo integraban el emblemático Colegio Santa Inés, Yungay y sus misterios, su caminata diaria para dictar clases a lo largo de años, Chuquibamba, la casa familiar, sus vecinos y ahijados, el huerto y sus chacras que los cultivaba con el mayor esmero.

El padre Víctor Suárez León era párroco de la ciudad y a fines de los años cincuenta era un hombre ya bastante viejo. Andaba bordeando quizás los 70 años. Su figura era la de un hombre alto, delgado, seco, cetrino y lampiño y cada vez más encorvado bajo el peso del tiempo y la prologada edad. El padre Suárez era natural de Yungay y vivía en su casa familiar del barrio de Huambo, a tres o cuatro cuadras del estadio, en una calle transversal a la avenida Dos de Mayo y que subía hacia las chacras y pedregales de Runtu. Una sobrina suya era farmacéutica con estudios y grado universitarios y tenía una farmacia en la céntrica calle de la avenida Dos de Mayo. Otra sobrina suya, con igual profesión y actividad comercial, vivía en Huaraz. Es probable que las dos sobrinas fueran egresadas de la Universidad Nacional de Trujillo. Otra sobrina suya se llamaba Pilar. Varias
campesinas se turnaban cada cierto tiempo en la prestación de servicios y cuidados de la casa. Recuerdo que en esta casa también vivía un español que le decían "gringo Maguiña" y este era un hombre mayor, más o menos cincuentón, de contextura física muy fuerte y que gustaba andar luciendo buenas camisas en manga corta y un hermoso reloj en la muñeca, tenía un auto elegante y se dedicaba a la crianza de vacas lecheras y a la venta de leche fresca en la ciudad.
El padre Suárez, como párroco vitalicio de la ciudad, era un hombre con bastante autoridad y un poder más que religioso. El administró durante décadas la vieja iglesia Santo Domingo y con él se construyó las El Padre Víctor Suárez, la Iglesia y sus contemporáneos primeras etapas de la Catedral de la ciudad. El padre Suárez era conocido y seguido por una numerosa feligresía
tanto de la ciudad como del campo, pero aparentemente él no cultivaba especial amistad ni con individuos ni con familias. Tampoco era muy comunicativo. Lo recuerdo árido, lacónico y cortante. No recuerdo haberle escuchado jamás discursos o sermones más o menos importantes, o siquiera entusiastas, en alguna ceremonia religiosa y menos aun en actos culturales o artísticos. Una vez lo vi hacer un esfuerzo sobrehumano para emocionarse un poco y agradecer con gestos, las elegantes y casi poéticas palabras de homenaje a los sacerdotes de la Iglesia católica que las pronunciaba el arquitecto Fernando Belaúnde Terry quien se apareció sin aviso previo e improvisó un pequeño mitin en la Plaza de Armas. Luego de perder las elecciones generales de 1956, el arquitecto Belaúnde se había convertido en candidato permanente a la presidencia de la república y estaba entregado a desarrollar su campaña política recorriendo el Perú "pueblo por pueblo", según sus propias palabras. Tenía entonces muchos simpatizantes en el Callejón de Huaylas y en los pueblos de Conchucos y entre ellos se encontraba, al parecer, el mismísimo padre Suárez.
Al fallecer el padre Suárez, o al pasar al retiro en su función de sacerdote, a fines de los años cincuenta, quien le sucedió en la función de párroco fue el padre Gómez. Parece que él venía trasladado del entonces distrito de Huaylas. Este sacerdote, apenas llegado a Yungay para asumir su cargo en la jerarquía religiosa, fue profesor del curso de religión en el colegio Santa Inés. Era gran aficionado al ajedrez y al vino.
Tenía facilidad de palabra, era discutidor y de vez en cuando provocador, tanto como profesor en el Colegio como pastor de almas en la Iglesia. Con él se continuó y se culminó la construcción de la Catedral.
Precisamente al interior de ella, como guardián terrenal de la gigantesca obra construida con la contribución de muchas generaciones de yungainos, terminaría su vida en los violentos y trágicos instantes del terremoto y el aluvión de 1970.
El padre Víctor Suárez fue contemporáneo de otro sacerdote yungaino, el padre Abraham Vergara, quien también vivía en el barrio de Huambo. El padre Vergara celebraba misa o asistía a fiestas patronales más bien en los pueblos cercanos o en las estancias. No recuerdo haberlo visto alguna vez asistiendo a la Iglesia o la Catedral de Yungay. Por otra parte, el padre Vergara fue profesor permanente de religión en el colegio Santa Inés. Era un hombre malgeniado y algunas veces colérico y agresivo. Como alumno fui una de sus víctimas.
Cuántas veces lo visité a su casa con todo mi cariño cuando se enfermó y estaba postrado en cama de la que ya no pudo salir con vida. Sus restos mortales fueron velados en el colegio y luego llevados al cementerio con la compañía de estudiantes y profesores. Otros sacerdotes contemporáneos del padre Víctor Suárez fueron dos caracinos: el padre Arca y el padre Cornejo. Ellos fueron sacerdotes muy prestigiosos de la ciudad de Caraz y los dos destacados profesores del Colegio Nacional Dos de Mayo de esa ciudad. A primera vista revelaban temperamentos diferentes y contrapuestos. El padre Arca era como se dice un amor de Dios. Del padre Cornejo, un hombre de estampa seria y aparentemente algo pedante y poco amable, se decía que había sido gran orador religioso y político en las agitadas décadas de los 30 y los 40, y que había alcanzado notoria autoridad intelectual no sólo en el Callejón de Huaylas sino en el departamento de Ancash. Quizás aún habrá el tiempo suficiente para que nosotros mismos o quienes fueron sus alumnos y amigos en el propio Caraz, puedan investigar y escribir la biografía de estos soldados de la Iglesia y de la época que les tocó vivir. Antes, como hoy, estos hombres tenían poder religioso y político e influían en el desarrollo de los acontecimientos de sus pueblos y, en este caso, de las regiones del Callejón de Huaylas y Conchucos y quizás de todo el departamento de Ancash. Un antecesor de estos hombres de la Iglesia fue el obispo Fidel Olivas Escudero, oriundo de Piscobamba, y establecido en Huaraz como sede principal de la jerarquía religiosa católica. Estamos remontándonos a la segunda mitad del siglo XIX. El obispo Olivas Escudero tuvo intervención activa en lo que se llamó la pacificación de Huaraz y el Callejón de Huaylas durante la sublevación campesina de Atusparia en 1885. No se puede ignorar que los sacerdotes tienen, si se proponen, fuerte poder religioso y político así como lo tuvo el obispo Fidel Olivas Escudero. Desde luego, hoy en día, no es necesario que tengan poder político y no lo deben tener; por lo menos en las Constituciones del mundo occidental, hay separación entre el Estado y la Iglesia.

Don Estenio Torres Ramos, miembro de una numerosa y conocida familia de la cercana ciudad de Carhuaz, en el mismo Callejón de Huaylas, era distinguido director del Colegio Nacional Santa Inés de Yungay, probablemente desde fines de los años cuarenta o comienzos de los años cincuenta. Lo conocimos en 1957, era un hombre por encima de los sesenta años de edad. De contextura física bastante delgada, con una cojera que trataba de disimularla usando un taco bastante alto en el zapato del pie afectado. Vivía en las habitaciones del colegio destinadas a la vida familiar de los directores, aunque él era soltero. Siempre andaba muy elegantemente vestido y por supuesto con no pocos ternos. Le decían "huallashito" y hasta ahora no sé muy bien porqué le pusieron ese apodo; tal vez tenía que ver con un pajarito algo menudo y medio invisible. El Doctor Estenio Torres Ramos era un hombre muy culto, formado en las humanidades y su especialidad era, al parecer, castellano y literatura. Lo conocí como director y no como profesor del que me hubiera encantado ser su alumno. Sus estudios universitarios los habría realizado en la Universidad Nacional de Trujillo o en la Universidad de San Marcos. Le gustaba pronunciar discursos en las diferentes actividades culturales o en los aniversarios cívicos, hablaba con mucha propiedad, administraba sus palabras con el mayor de los cuidados y siempre hablaba en voz baja y de manera pausada. Se decía que era aficionado a la lectura y escritura de poemas, aunque al respecto y personalmente nunca pudimos contar con una información precisa. El propio doctor Torres Ramos era tan reservado, que nunca se nos ocurrió preguntarle por su biblioteca o por sus lecturas.
En la época del doctor Torres Ramos, los profesores que yo conocí y cuyos nombres puedo recordar, fueron los siguientes: el profesor de historia Carlos Alberto Huamán Huerta, oriundo de Huari; el profesor de literatura e historia Julio Vásquez (Julito Vásquez, yungaino neto, personaje popular, gran aficionado al trago); el profesor de botánica, zoología y anatomía Manuel Huatuco Quillatupac, huancaino; el profesor de Don Estenio Torres Ramos y la dirección del Colegio Santa Inés anatomía, física y química Jorge Vigil Cadenillas (muy buen futbolista, jugaba por la selección del colegio pero nunca con chimpunes sino con zapatillas; decía que en Lima había jugado por la reserva de Universitario de Deportes; con estudios en La Cantuta y San Marcos, bastante izquierdista para la época, de vez en cuando se entusiasmaba con la cerveza); el profesor de educación física Willy Lúcar (caracino, buen cantante y guitarrista y, desde luego, enamorador y tremendo organizador de serenatas, se casó con una joven en cuya casa se armaban grandes reuniones sociales); el profesor de matemáticas, álgebra, geometría y trigonometría Bernardo Corpus, del pueblo de Huaylas, egresado quizás de la Universidad de Trujillo; la joven y guapa profesora de castellano y literatura Luz Laredo, de la ciudad de Huaráz a donde finalmente se trasladó; la profesora de dibujo y educación doméstica señora Elcira Ángeles de Murillo, de conocida familia yungaina; el profesor de educación técnica Manuel Beteta (yungaino, hombre de elevada estatura, algo corpulento y de voz
afónica, carpintero y ebanista, dueño de un amplio taller en su propia casa, coleccionista de gran cantidad de revistas y folletos con ilustraciones de arquitectura y arte clásicos de Grecia y Roma); el profesor de inglés Francisco Alegre, don "Panchito", de quien ya nos hemos ocupado más arriba; el profesor de instrucción pre militar Sub Oficial Ricardo Mejía, yungaino e irremediable aventurero; el profesor de religión padre Abraham Vergara; el profesor de música Antero Angeles Osorio (yungaino pleno por sus apellidos, macizo y gordo a la vez, aficionado a la mandolina y al acordeón). Los auxiliares o integrantes del personal administrativo eran el regente Sr. Campos (Bien espeso con los alumnos y a la vez querido "Shishu" Campos, de la estancia de Shacsha), el Sr. Olivera y la Sra. Olga Alegre, esposa de Julito Vásquez. El secretario casi vitalicio del colegio y exalumno del mismo era el Sr. Heriber Olivera y el tesorero, también casi vitalicio, el Sr. Manuel Alegre. El director de la Biblioteca del colegio era don Eduardo Vergara, exalumno del mismo, joven y de cabello medio crespo, de baja estatura y de quien se decía era aficionado a la poesía y al teatro.
Al alejarse después de muchos años de servicios al Estado y particularmente al colegio de Yungay y retirarse a su ciudad natal de Carhuaz, el Dr. Estenio Torres Ramos fue sucedido en la dirección del colegio Santa Inés por el Dr. Ángel Macciota Cacho, cajamarquino y con experiencia de director en varios colegios nacionales. Fue enviado a Yungay, habiendo previamente desempeñado dicha labor en colegios de Lamas, Juanjui y Tarapoto. El no era hombre de discursos sino, más bien, extremadamente lacónico; prefería informar, proponer y actuar. En los tiempos del Dr. Macciota se incorporaron como profesores, entre otros, el matemático Mauro Ampuero, el profesor de literatura Godofredo Barco (muy buen cantante con voz de barítono, especialmente de boleros cubanos y canciones caribeñas) y, luego, el profesor de biología Ángel Vásquez, otro yungaino y recién egresado de La Cantuta o de San Marcos.
Finalmente, don Estenio Torres Ramos, era un hombre tranquilo y apacible, reservado y también discreto fumador. Casi nunca se le veía fuera del colegio, visitando otras instituciones, en el cine o en el teatro.
Desde luego, impulsaba actividades culturales pero desde dentro del propio colegio Santa Inés. En cambio, don Ángel Macciota dedicaba buena parte de su tiempo, aparte de sus tareas de orden administrativo interno, a organizar toda clase de deportes dentro y fuera del colegio y también, algunas veces, a suscribir pronunciamientos de protesta y de reclamo frente al gobierno. Algunos de esos pronunciamientos, los suscribió juntamente con el párroco de Mancos, padre Salomón Bolo Hidalgo, profesor de filosofía y lógica en el colegio y por entonces radical y ruidoso izquierdista. El director Macciota era un organizador impulsivo. Al comenzar la década de los sesenta se llevó a cabo la primera huelga magisterial a nivel nacional y lo vi participar activamente en apoyo a los profesores de la provincia; precisamente en esas circunstancias, el padre Bolo se dio a conocer como orador de masas y llegó a presidir mítines de maestros en varios lugares del Callejón de Huaylas (Este sacerdote, no permanecería por mucho años en esa posición; políticamente, terminó en el extremo opuesto) Mientras tanto, don Estenio Torres Ramos, debido seguramente a su temperamento apacible o a lo anímicamente distante que se encontraba de los asuntos sindicales y políticos, dejaba o prefería que la gente se organizara por su propia iniciativa. En fin, el doctor Estenio Torres Ramos fue un profesor y un director con altas cualidades académicas e intelectuales. Era, pues, hombre de otra madera.

Los principales establecimientos comerciales, tiendas y bodegas, se encontraban en la céntrica calle Comercio, en las dos cuadras de la transversal a éste, la Av. 28 de Julio, y en la zona del mercado. También, ahí estaban alguna panadería y cafeterías de la Plaza de Armas.
El primer y más antiguo establecimiento en la calle Comercio era el de don Elías Vergara e hijos. Allí se vendían telas, fundamentalmente de casimir, y demás accesorios para la confección ternos y de vestidos en general. Don Elías tenía dos hijos que trabajaban con él. Uno de ellos se llamaba Jaime; este era un tipo alto y atlético, un poco loco e irascible pero a quien le gustaba participar en un montón de actividades que organizaban las diversas instituciones de la ciudad. Atendía en la tienda pero también dirigía las labores agrícolas de la familia en las chacras y fundos que tenían en la región. Su hermano Luciano, también de elevada estatura pero sin jactancias, era demasiado serio, sereno y respetable y era quién mas tiempo trabajaba al lado de su padre y casi exclusivamente en la tienda. Los dos hermanos tenían título de maestro normalista, pero por mucho tiempo no habían ejercido su carrera, habiendo preferido obedecer al llamado del viejo don Elíias para trabajar en los negocios junto a él. Cada uno ellos había formado su propia familia y construido sus respectivas casas en el barrio de Huambo. Quizás por esa razón, porque eran normalistas titulados, finalmente terminaron incorporándose al magisterio. Recuerdo que el hermano de Jaime, don Luciano, lo hizo a la escuela de primaria 370 que también quedaba en Huambo. Conocí a tres de sus hijos, cuyos nombres eran Luciano, Ariela y el otro quizás Elías. Estos dos y su padre don Luciano, salvaron la vida porque seguramente se encontraban en Lima el día de la tragedia y, luego, parece que decidieron vivir en Lima.

Don Marcelo Soriano y su esposa señora Elena Cordero, ambos del distrito de Mancos, tenían un establecimiento bastante grande y nutrido de telas y abarrotes, también en la calle Comercio. Contaban con la compañía y apoyo de sus hijos Hernán (el famoso "Ñango", ojos achinados y corto de vista, arquero, Algunos establecimientos comerciales, sus dueños y la ciudad basquetbolista, ciclista y aficionado al billar, con quien terminé de estudiar la secundaria), Walter y Nelly.
Tenían una hija más, quizás la mayor, a quien conocí poco porque ya se había ido de Yungay por razones de estudio o de trabajo. Don Marcelo y la señora Elena eran muy simpáticos y populares. El había sido deportista y todavía practicaba el fútbol de vez en cuando o en el menor de los casos actuaba como réferi cuando habían equipos visitantes. También en su juventud había sido militante aprista como la mayoría de los mancocinos de su época. Ella, la señora Elena, era una mujer de trato refinado, elegante y agradable, conversaba con voz pausada y ademanes suaves. Tenían una elegante casa recién construida en el barrio de Mitma. Todos sus hijos sobrevivieron al terremoto y aluvión por encontrarse entonces en Lima u otros lugares. Semanas después de la tragedia, luego de haber participado en la organización del almacén de Ranrahirca y cuando juntamente con Aníbal Quijano ya me había dado una vuelta entera por Conchucos, viajando a caballo desde Vicos e internándonos por Quebrada Honda, llegando a Chacas y Yanama, retornando luego al Callejón de Huaylas por San Luís, Huari y Chavín de Huántar, pude reencontrarme con mi amigo "Ñango" en el mismo almacén de Ranrahirca. El había venido desde los Estados Unidos donde residía ya por varios años, casado con una joven norteamericana del Cuerpo de Paz; un día nos reunimos para un almuerzo en casa de sus familiares en Mancos. Nos acompañó durante algunos días en el almacén.

Don Ramón Milla y señora, tenían un establecimiento básicamente de telas, igualmente en la calle Comercio, casi al frente del establecimiento anterior. También contaban con una inmensa casa al fondo de un parque en el barrio de Huambo. Don Román era caracino. Residente en Yungay, participaba en diversas actividades culturales y artísticas e intervenía como director de teatro cada vez que se le solicitaba de parte del colegio Santa Inés o de una escuela. Sus dos hijos varones estudiaron en el colegio nacional Dos de Mayo de Caraz, dos hijas en Huaraz o Lima y una última en Santa Inés. Parece que sobrevivieron la esposa de don Román, sus hijos varones y la hija menor. El día de la tragedia, seguramente se encontraban en Lima.

Don Teodorico Tolentino, era otro de los negociantes antiguos y en la misma calle. Tenía su negocio de telas y de todos los accesorios relacionado con la confección de ropa, en un local ubicado al costado del Hotel Popular. Por ser antiguo, era uno de los más conocidos no sólo por los mismos yungainos sino también por quienes visitaban la ciudad desde diferentes estancias y distritos. Se comentaba que era uno de los negociantes que mejor predisposición tenía para hacer rebajas. Trabajaba con una joven protegida suya que se llamaba María y con otra chica que creo era su hija. A las dos jóvenes que habían salvado de morir las pude ver un par de veces en Lima. Un hermano de don Teodorico era don Mariano Tolentino, prestigioso maestro y director por muchos años de uno de los Centros Escolares de Yungay. El viejo maestro tenía una inmensa casa en la misma recta del colegio Santa Inés y contigua a éste, con numerosas y amplias ventanas que daban a la calle Dos de Mayo. El acostumbraba usar, como muchos de su tiempo, terno, corbata y chaleco. Cuando caminaba con paso cansino y medio distraído, dando la sensación de un hombre realizado, se le veía los dedos pulgares metidos en el chaleco, los codos levantados en escuadra y los hombros algo tirados hacia atrás. Aquel fatal día los dos hermanos se fueron de este mundo después de haber vivido aproximadamente por encima de los setenta años.

El "chino" Higa, que habría llegado a Yungay procedente no se sabe de qué región de la milenaria China y a través de qué itinerario, en los años 30 o un poco antes, tenía su tienda con mercadería en la acera de enfrente a los negocios de don Marcelo Soriano. El señor Higa era un hombre ya viejo a mediados de los años cincuenta, quizás un setentón; era lampiño, flaco y desgarbado. Hablaba el español a cuenta gotas y en voz baja. Tenía una hija que trabajaba como maestra en una escuela de Huashao, al otro lado y más allá del cerro de Atma. Esta hija del "chino" era esposa de otro maestro de escuela llamado Juvenal Villón. En ausencia sin retorno del señor Higa, su hija y su yerno se hicieron cargo de la conducción del negocio.
Habían frente a frente dos establecimientos farmacéuticos. Los dos en la calle Comercio. Uno de ellos de la señora Rosa Ángeles y el otro de una sobrina del sacerdote Víctor Suárez León. Las dos señoras eran profesionales egresadas seguramente de la Universidad Nacional de Trujillo. Sus establecimientos comerciales eran bastante grandes para el medio y repletos de los productos indispensables. Sin duda, mantenían una relación dinámica con los laboratorios de Lima.

El señor Laurencio Méndez y su esposa señora Mercedes Ángeles (hermana o prima hermana de la señora Rosa), tenían una tienda de abarrotes en la avenida 28 de Julio. Don Laurencio era muy amigo de un montón de jóvenes colegiales que le visitaban casi a diario y con quienes se agarraba en discusiones airadas e interminables sobre cualquier cosa. Por ejemplo, de sus simpatías o antipatías respecto de futbolistas y equipos de fútbol del propio Yungay o de cualquier otro lugar. Nunca discutían de cuestiones políticas y tampoco les interesaba en lo más mínimo. Se trataba más bien de hacer alarde y medio sobre las cosas simples y cotidianas de la vida y casi siempre se tomaban a la chacota todas estas cosas. El que se amargaba perdía de hecho el artificioso combate armado de antemano por el puro placer de perder el tiempo. Entre los colegiales que disponían de tiempo y de buen humor para aquellas discusiones con don Laurencio, estaban Carlos Sotelo Bambarén, Carlos Jaramillo Angeles, Vianey Villón Fuentes, Luís Figueroa Adams.

El señor Reynaldo Figueroa y familia, eran dueños del hotel "El Comercio", también en la avenida 28 de Julio; se trataba del hotel más elegante de la ciudad. Don Reynaldo era un hombre alto, macizo, blancón y avejentado. Al parecer era medio sordo. Conocí a todos sus hijos, recuerdo los nombres de tres de ellos: Jorge, Lucho y Rosario (Charo, quien se salvó del aluvión por encontrase en Lima). Olvidé el nombre del menor.
Luego, he sido informado que se llamaba Armando y que perdió la vida en verano de 1970 en una playa del sur de Lima. A don Reynaldo y a todos sus hijos varones los conocían con el apodo o sobrenombre de "chunca".
Los chistes más sarcásticos y populares que los amigos inventaban, se transmitía de boca en boca haciéndolos aparecer como los chistes de los "chunca". Los graciosos o fastidiosos de siempre solían decir "te cuento un chiste de Chunca" y frecuentemente los principales interlocutores de los cuentistas y chistosos resultaban siendo los propios hijos de don Reynaldo, los dos hijos mayores. Nunca los vi perder el sentido del humor y la
paciencia sino más bien soportar a pie firme todas las andanadas. No se si don Reynaldo estaba siempre enterado de que era a él a quien le endilgaban haber hecho o dicho tal o cual cosas, las mismas que hacían estallar las risotadas o carcajadas de la gente.

La tienda de telas del "gringo" Hubel era muy visitada. El local que ocupaba esta tienda era parte del hotel "El Comercio". Le había sido alquilada una amplia habitación cuya puerta daba a la calle. El "gringo" Hubel vivía en Yungay quizás desde los tiempos previos a la Segunda Guerra Mundial, durante o al término de ella. Era Judío, hombre de mediana estatura, grueso y jovial, hablaba el español de manera apresurada y con algunas dificultades de pronunciación, tenía el rostro blanco rosáceo y su cabello no muy poblado ya pintaba algunas canas. Este "gringo" era muy popular entre algunos grupos de jóvenes yungainos, porque apoyaba con frecuencia las actividades deportivas y porque casi siempre terminaba designado como padrino y sin poder negarse jamás a este gran honor que le hacía la juventud alegre y entusiasta. Desde luego, el "gringo" Hubel era nada ingenuo y en consecuencia no se estaba dejando embaucar. Simplemente le encantaba hacer concesiones a los caprichos y vivezas de la muchachada. No conocí a su señora pero sí a su hija Lucha quién hacia1970 tenía aproximadamente 20 años o un poco más. Ella sobrevivió a la catástrofe y todavía la pude ver en Lima. Espero que le haya ido lindo todo este tiempo en el Perú o en Israel.

Los negociantes y "mercachifles" celendinos (les llamaban "shillicos"), eran otros componentes muy interesantes del paisaje urbano y de la actividad comercial. No se sabe con precisión desde cuando hicieron su aparición por esos lares, pero es posible que esto haya ocurrido desde comienzos del siglo XX, cuando legiones de celendinos recorrieron y casi inundaron los pueblos del Callejón de Huaylas y Conchucos.
Parecía una reproducción en pequeño de los "mercaderes errantes y sedentarios" de los que hablaba Jacques Le Goff para Europa Occidental del medioevo. En efecto, eran negociantes trotamundos del universo andino y vendían ropas y diversidad de productos para la vestimenta y quehaceres de la vida cotidiana (vendían una y mil chucherías: espejos, agujas, carretes, aretes, pasadores, cortauñas, correas, cuadernos, lápices, lapiceros de color, pinturas de labio, telas, pañuelos, chompas, blusas, camisas, corbatas, pantalones, medias, etc. etc.). Se les veía apoderarse diariamente y desde tempranas horas de calles y aceras céntricas de ciudades como Huaraz, Carhuaz, Yungay y Caraz; también ocurría algo parecido con las de ciudades como Huari, Pomabamba, Piscobamba, Chacas y San Luis. Muchos de ellos terminaron estableciéndose con sus familias, o formando otras nuevas, de manera permanente en cualquiera de estos pueblos. Uno de esos casos fue el del celendino don Marcial Cachay que en los años 20 ó 30 se casó en Yanama o en Yurma con la señora Luzmila del Río. Más tarde, ellos y sus hijos se fueron a vivir a Yungay. En general, los recién salidos de Celendín o sencillamente los "shillicos", mayormente jóvenes, continuaban siendo vendedores errantes dedicados a viajar de pueblo en pueblo. En la propia ciudad de Yungay, habían familias de celendinos que tenían sus tiendas de manera estable con todos esos productos que hemos mencionado y muchos otros; pero en las mañanas, desde muy temprano, trasladaban a las calles próximas al mercado una parte de todo eso y los colocaban sobre telas o cartones tendidos sobre el piso y los ofrecían a la venta (los días preferidos eran los de las fiestas patronales, los feriados,
los sábados y domingos). Para protegerse y proteger sus mercaderías del sol o de la lluvia contaban con sus callapos, palos y toldos. Recuerdo en especial a dos familias: la familia Cotrina (Sra. Luzmila, sus hijos Rosa, Ethel y Shalo. José, el hijo mayor, creo vivía en Lima) y la familia Chávez con cuya hija, Elizabeth, fuimos durante años compañeros de colegio; un hermano mayor de ella se llamaba Jesús, quien era atlético, rudo y frecuente trompeador por cualquier motivo y, por eso, le llamaban "potro"; parece que vivía en Lima o Chimbote y sobrevivió a la tragedia del 70. Por otra parte, una legión de "shillicos" jóvenes y viajeros sin descanso, tenía su principal cuartel de operaciones en Huaraz y desde allí se aparecían en Yungay cada cierto tiempo, en camiones alquilados y repletos de mercaderías, especialmente para los fines de semana o para las fiestas patronales que atraían la presencia en la ciudad de multitud de campesinas, mayormente jóvenes, dispuestas a hacer muchas compras. Conocí a numerosos "shillicos" errantes y recuerdo los nombres de los hermanos Julián y Amado Díaz y los rostros juveniles de otros familiares o amigos suyos. Muchos o quizás todos estos amigos, sedentarios o errantes, fueron sorprendidos trabajando en las calles y sus aceras, por el terremoto y el aluvión de mayo de 1970. Precisamente un día domingo, a las 3 y minutos de la tarde, comenzó aquel terremoto que sacudió con extremada violencia gran parte del territorio del Perú y cuyas consecuencias más trágicas sucedieron en Yungay y Huaraz.

La Orquesta Sol de Oro de Yungay era, sino la única, la más importante de la ciudad. Participaba en las celebraciones de las principales fechas cívicas y en las actividades culturales. También se hacia presente en determinadas actuaciones que se realizaban en las demás ciudades del Callejón de Huaylas. En más de una oportunidad, los integrantes de esta orquesta viajaron a Lima invitados por yungainos residentes en esta ciudad y algunas de sus presentaciones fueron transmitidas por emisoras radiales. Uno de sus primeros directores había sido el prestigioso profesor Juan Olivera Cortez.
Algunos de los fundadores e integrantes de la Orquesta Sol de Oro de Yungay, fueron el profesor Antero Ángeles Osorio, el músico y compostor Amadeo Molina Rojo, el maestro y comerciante Laurencio Méndez, el señor Alejandro Ibarra (de Huarascucho, irregular y eterno alumno del colegio pero violinista
genial), el maestro de primaria e inspector de educación de la provincia señor Arnoldo Ramos (el popular "ronco" Ramos), el maestro de primaria don Gumersindo Ramírez, el profesor de primaria Zacarías Reyes (padre de los futbolistas Ciro y "Shaca" Reyes); otros de sus destacados integrantes, también casi todos maestros, eran Pedro Angeles ("Pillita"), Pedro Rondón, César Arellano, Eladio Rodríguez, Roberto León, Alfredo Silva. También, figuraba entre ellos un señor Ángeles muy conocido y popular a quien le decían "Barba de oro", pero posiblemente su papel era el de un ferviente acompañante y animador. A fines de los años 50, se sumó a este grupo el profesor de literatura Godofredo Barco. Quizás en el transcurso de los años 60, fue incorporado el entonces muy joven, talentoso guitarrista y catante "Popo" Pérez, hermano de Leonor quien por entonces ya era maestra de escuela. ("Popo" formó su propia orquesta cuando aún estudiaba en el colegio, sobrevivió al aluvión y creo quedó sólo, retomó y continuó su actividad musical, pero a los pocos años murió asesinado en el nuevo Yungay o por allí cerca). Todos estos integrantes de la orquesta eran excelentes ejecutores de instrumentos musicales. Dichos instrumentos eran casi siempre la guitarra, la mandolina, el violín y el acordeón. Hasta donde recuerdo, nunca se vio a nadie, en la Orquesta Sol de Oro de Yungay, ejecutar instrumentos de viento o de percusión. Las razones nunca las supe y tampoco sentí especial urgencia de averiguarlas. En verdad, no me habría atrevido a hacerlas ni siquiera ante mi amigo, compañero de carpeta y eximio violinista Alejandro Ibarra.
Las melodías que ejecutaban los integrantes de la Orquesta Sol de Oro, eran mayormente valses de diferentes épocas de la tradición limeña o propiamente yungaina, uno que otro bolero, muchos conocidos huaynos de la tradición regional y, además, composiciones creadas por ellos mismos o por otros amigos del Callejón, quienes hablaban todo el tiempo de la hermosura de Yungay y de la belleza de sus mujeres tenían razón, sin dudacomo habría sido dicho por el sabio italiano Antonio Raimondi quien en la segunda mitad del siglo XIX recorrió pacientemente los pueblos del Callejón de Huaylas y de todo el departamento de Ancash.
Se dice que el sabio Raimondi habría dedicado a los pueblos del Callejón de Huaylas algunas frases de identificación del alma local, como las siguientes: "Caraz, dulzura", "Yungay, hermosura", "Carhuaz, borrachera", "Huaraz, presunción" y "Recuay, ladronera".
Ojalá que las melodías que tantas veces fueron lanzadas al aire por la Orquesta Sol de Oro de Yungay, y también por otras agrupaciones musicales de entonces y de hoy, acompañen el silencioso e interminable viaje de todos los que se fueron el 31 de mayo de 1970 y también puedan llegar por siempre a los oídos y al alma de los que hoy viven allí donde antes se encontraban las campiñas de Pampac, Lucmapampa y Huantucán y sobre cuyo suelo hoy se levanta el nuevo Yungay; también, de los que siguen viviendo en Mancos y en lo que aún quedó de Ranrahirca, en Chuquibamba, Caya y Punyán y, en fin, de todos los yungainos que viven en Lima o en cualquier otro lugar del Perú y del mundo.
Lima, 22 de octubre de 2004.
SEGUNDA PARTE
Esta segunda parte, sin habérmelo propuesto de antemano, aparece como continuación de la primera que fue publicada en forma de folleto para su distribución con motivo del centenario de la creación política de la provincia de Yungay (1904-2004). En aquellla oportunidad, logramos distribuir varios cientos de ejemplares.
Con nuestro folleto en las manos, estuvimos presentes, el 22 de octubre de 2004, en una concurrida ceremonia que se realizó en el Auditorio de la plaza principal del nuevo Yungay. Con singular emoción, pudimos leer algunas de sus páginas. En esta nueva oportunidad, al cumplirse los 40 años de la desaparición de la ciudad de Yungay y de casi todas sus campiñas, de sus habitantes de todas las edades y de familias enteras, tratamos de seguir escribiendo los nombres que habitan en nuestros recuerdos y acerca de muchas imágenes que aún conservamos en nuestra memoria. Una vez más, este es un homenaje a todos aquellos a quienes habíamos conocido de diverso modo en los días y los años de nuestra juventud y a aquellos con quienes habíamos cultivado relaciones de amistad y de cariño. A su vez, a través de ellos, nuestro homenaje es extensivo a todos los nombres y a todas las vidas de nuestro pueblo que quedaron sepultados por siempre.
Fuimos muy pocos los sobrevivientes de la tragedia de mayo de 1970. Quizás apenas unos cientos.
Unos, por capricho de la naturaleza, lograron salvarse en el lugar mismo de la desgracia; fueron los menos numerosos. Los demás, nos salvamos porque estábamos fuera o lejos de Yungay: en Lima, en otros lugares del país o en el extranjero. Las líneas que pudimos escribir con motivo de aquel centenario y las que escribimos en esta oportunidad, están dirigidas principalmente a los sobrevivientes. Sólo ellos podrán encontrar aquí algunos rastros o referencias de cuanto conocieron o vivieron y sólo ellos podrían emocionarse recordando pasajes de su existencia al lado de sus amigos, vecinos y seres queridos que desaparecieron en los más violentos instantes de aquel día Domingo 31 de mayo.
Luego del violento paso del aluvión que en unos instantes sepultó Yungay, sólo quedaron en pie unas cuantas palmeras allí donde se encontraba la Plaza de Armas de la ciudad. Es lo que pudieron ver al día siguiente, los pocos sobrevivientes. Algunos de ellos, vieron apenas las copas de esas palmeras desde la cúspide del cementerio y a los pies de Cristo donde habían podido refugiarse en las últimas fracciones de segundo que les quedaban para salvar sus vidas; otros, lograron verlas desde lugares cercanos al estadio o desde las chacras y pircas de Pampac, Lucmapampa, Huantucán o desde los últimos rincones de Runtu; otros, entre solitarios y dispersos, caminando sin rumbo por las diferentes orillas del sepulcral silencio y el dolor, miraban lo inexistente; y, finalmente, aquellos que provenían de lo que quedaba de Huarascucho y Ranrahirca o desde Mancos buscando conocer la real dimensión de la verdad del silencio y de las ausencias.

Personajes y rostros de la Plaza de Armas de Yungay
La Plaza de Armas, como la de muchas otras ciudades, tenía una forma rectangular. Tenía quizás 100 metros de largo por 80 de ancho. Era algo más grande que la de Caraz. Contaba con amplios jardines triangulares con sus vértices concurrentes hacia el centro donde había una pileta y por lo menos con unas dos docenas de palmeras y muchas de ellas bastante crecidas y fuertes. Por el lado que recorría la Av. Dos de Mayo, se encontraban la antigua Iglesia de Santo Domingo y la Catedral y, además, un terreno a medio amurallar que pertenecía a ésta. En la esquina del frente, en la misma recta de la mencionada avenida, se encontraba el Colegio Nacional Santa Inés. En los tres laterales restantes, al frente, a mano derecha y a mano izquierda de la Iglesia de Santo Domingo y la Catedral, básicamente habían casas y locales de propiedad privada o familiar, salvo el local de la Comisaría donde el policía más antiguo y popular, luego sobreviviente, era el señor Pedro Armas. En las semanas siguientes al aluvión, lo encontré aún desempeñando solitariamente sus funciones de policía, al prestar apoyo a los sobrevivientes desde ninguna oficina sino solamente con su voluntad de hierro y, también, dando sepultura a los cuerpos de seres humanos que aparecían en la nueva superficie al descender el volumen del agua, del barro y otros materiales aluviónicos. Saludé a don Pedro Armas con una mezcla de sorpresa y admiración. Su serenidad y capacidad de entrega eran las que siempre había sabido mostrar. Luego, a la distancia, ya no tuve información por cuantos años más pudo haber vivido. Mi mayor respeto a su memoria.

El único busto colocado en la Plaza de Armas, en el lado oeste era el del sabio yungaino Ignacio Amadeo Ramos. Nacido en Yungay a fines del siglo XIX, en tiempos de la Guerra del Pacífico, este personaje había sido destacado matemático e ingeniero con estudios en San Marcos y en París. Trabajó una serie de proyectos del más alto nivel técnico, como caminos, túneles, puentes e hidroeléctricas. Recuerdo haber presenciado la inauguración de dicho busto. Entre 1959 y 1960, los alumnos y alumnas del colegio Santa Inés asistimos a esa ceremonia cívica formados en filas de tres, con la banda de música y bajo la marcial conducción
del profesor de Instrucción Pre-militar Suboficial Ricardo Mejía. En medio de las autoridades de Yungay, ocupaba un lugar de honor el sabio Santiago Antúnez de Mayolo, el de los estudios y proyectos de las hidroeléctricas del Mantaro y del Cañón de Pato, quien había sido invitado oficialmente para ser el padrino en la inauguración de aquel busto. Fue una ceremonia bastante concurrida a la que también asistieron, aparte de autoridades y personalidades destacadas, maestros y delegaciones estudiantiles de las diversas escuelas de primaria.

La familia Jaramillo Angeles
En una calle lateral de la Plaza de Armas, paralela a la Av. Dos de mayo y al frente de la Iglesia de Santo Domingo y la Catedral, en la misma recta donde fue colocado el busto del sabio yungaino, habían varias casas en fila. Una de ellas era la de don Leoncio Jaramillo y familia. A su esposa, la señora Josefina del Carmen Angeles, no llegué a conocerla. Sus hijos eran Luís Gilberto "Chepo" Jaramillo Angeles, Leoncio Horacio Jaramillo Angeles, Zoila Inés "Chini" Jaramillo Angeles y Carlos Enrique Jaramillo Angeles. Este último me dice que tuvieron dos hermanas más, Piedad Betzabé "Betty" Jaramillo Angeles y Eva Lira Jaramillo Angeles y de las cuales sólo vive la primera. En total viven cinco hermanos. La segunda, perdió la vida en Yungay el 31 de mayo. Chepo se salvó en viaje a Ranrahirca cumpliendo precisamente un encargo de negocios de su hermana Eva Lira a quien ya nunca más volvió a verla. El propio Chepo recuerda que él y un amigo suyo, Antuco Paredes, viajaban en carro y, ya a la altura de Ranrahirca, al darse cuenta del terrible movimiento de la tierra, pensaron que en pocos minutos o segundos este pueblo sería sepultado por un nuevo aluvión como aquel de 1962; entonces, imprimieron mayor velocidad al carro, pronto llegaron a Mancos y continuaron alejándose hasta llegar a Tingua y tal vez hasta Carhuaz; luego, terminada la parte más violenta del movimiento de la tierra y viendo que la gente se agrupaba fuera de sus casas llamando a la resignación, decidieron retornar a la casa de su hermana o de sus padres y conforme fueron avanzando descubrieron que Yungay ya no existía, había sido desaparecido. Sus demás hermanos se encontraban en Lima o en cualquier otro lugar a la hora de aquella catástrofe. Por los apellidos de sus integrantes, se puede decir que se trataba de una familia típicamente yungaina. El padre, don Leoncio, era un hombre bastante alto, ligeramente delgado y creo usaba bigotes y tenía el cabello poco poblado. Casi siempre usaba saco de casimir. Era uno de los personajes conocidos de la ciudad.
A pesar de ser amigo de su hijo Carlos, nunca llegué a saber respecto de sus actividades cotidianas de carácter económico, comercial o profesional. Al parecer, se trataba de una familia de clase media urbana con ciertas comodidades. Eran propietarios de terrenos agrícolas y pastizales en Punyán. Seguramente todos sus hijos terminaron sus estudios en el colegio Santa Inés. Pero, me consta que sí lo hicieron los dos menores, es decir, Zoila y Carlos. Se decía que Chepo era mecánico dental, habiendo realizado sus estudios de especialización probablemente en Lima. Horacio, parece que por unos años estuvo trabajando como policía en Lima o en otros lugares del país; un buen día reapareció en Yungay; sólo lo conocí de vista; era bastante joven y aguerrido deportista; mayormente jugaba fútbol. A Zoila la conocí también sólo de vista pero la pude ver con mayor frecuencia, puesto que asistíamos al mismo colegio aunque perteneciéramos a diferentes promociones (Ella cursaba el último año de estudios) y, además, ella era integrante de la selección de voley del colegio; físicamente, era de mediana estatura, más alta que baja, y bastante delgada; ella era una destacada jugadora de voley; parece que luego estudió en Lima para profesora de educación física y, ya titulada, trabajo por unos años en el Colegio Santa Inés. Carlos, era alto aunque no tanto como su padre, de contextura delgada; dotado de endiablada fortaleza y agilidad; por todas esas cualidades era destacado jugador de basket. Los compañeros y amigos, todo el tiempo lo llamaban "Calambre" y él lo tomaba con la mayor naturalidad como si se tratara de su propio nombre. Durante su vida estudiantil, jugó primero por la selección de su promoción y luego por la del colegio Santa Inés y, desde luego, por la selección de Yungay. También, como jugador, era algo más que temperamental, frecuentemente campeón de la piconería y entonces desafiante y casi apasionado buscador de apuestas. Con no poca frecuencia, desafiaba y apostaba con algunos de sus rivales para trompearse lejos de la cancha a la hora de la salida. Recuerdo las trompeaderas provocadas por él, por ejemplo, con Angel Alegre.
Casi siempre quedaban empatados. Sólo el rudo carhuacino Luís Torres podía derrotar a cualquiera de ellos, pero con él preferían no meterse. Carlos Jaramillo Angeles, el popular "Calambre", como muchos otros que egresaban del colegio, había estudiado para ser maestro en la Escuela Normal de Tingua que funcionaba en el propio Callejón de Huaylas, entre Mancos y Cahuaz. Con toda seguridad, continuó siendo destacado basketbolista. Según su propia información, casi todos los años de su carrera docente, hasta su jubilación, trabajó en escuelas de Lima.

En la misma recta en la que vivía la familia Jaramillo, había un taller de zapatería de un señor Mejía. El era hermano de un prestigioso médico que se llamaba Primitivo Mejía Bazán y quien vivía en Lima. Los dos hermanos eran aguerridos apristas, uno proletario y dirigente local; el otro, profesional perteneciente a los altos rangos del partido. Recuerdo vagamente que en una casa contigua a la del taller funcionaba una sastrería y allí vivía una alumna del colegio que se llamaba Luisa Rodríguez y tenía popularidad entre los jóvenes. Hacia la esquina opuesta a la de la Comisaría, estaba la casa del viejo y prestigioso dentista Edmundo Vargas.
En la recta lateral comprendida entre el colegio Santa Inés y la Comisaría, parte norte de la plaza, funcionaba con la mayor precariedad una oficina de teléfonos bastante tradicional. Al lado, estaba la elegante y amplia casa del Doctor Roberto Arias. El era abogado prestigioso y miembro del Juzgado de Paz de la provincia; llegó a ser miembro de la Corte Superior de Huaraz. Era un hombre físicamente no muy alto y relativamente corpulento. Usaba anteojos. Su esposa, la señora Sulema Lúcar, era también alta, esbelta y muy elegante. Como pareja, tenían fama de ser excelentes bailarines aunque asistían poco a las reuniones sociales.
Preferían organizar fiestas en su propio domicilio. Como bailarines, sólo podían aceptar como posibles competidores al médico Agustín Herrera y su hija Betty Herrera quienes sí asistían con frecuencia a las reuniones sociales y sabían lucir sus talentos. Los Arias, quizás tuvieron varias hijas; conocí sólo de vista a las dos mayores cuando aún eran adolescentes. No llegué a saber con precisión si el día del terremoto los padres y las hijas se encontraba en Yungay o en Huaraz. En caso de encontrarse en Huaraz, pudiera ser que la familia o algunas de las hijas lograron salvarse. Creo que así fue. Después de la casa del Dr. Arias, estaba la de la familia Cuello Vinatea.
En la cuarta calle lateral, parte sur de la plaza, a mano izquierda de la Catedral y en la misma recta que daba al salir de la antigua Iglesia de Santo Domingo, había fundamentalmente establecimientos comerciales. Una cafetería, una panadería, un bar-restaurante. Luego, estaba la casa de la familia Fernández, la
de las hermanas de apellido Lavandera. Las dos hermanas eran bastante conocidas en la ciudad, aunque no puedo recordar sus principales ocupaciones; creo que una de ellas, Dora, era maestra maestra de la escuela de Chuquibamba. Finalmente, antes de llegar y voltear la esquina, en un ambiente con su única puerta que daba a la calle, se encontraba una oficina del Estado cuyas funciones eran de carácter electoral. Allí obtuve mi Libreta Militar y, unos años después, mi primera Libreta Electoral. Dicha oficina, habría sido instalada allí seguramente a fines de los años 50.
Otros nombres y familias de la Plaza de Armas
Familias, nombres y casas de la Avenida 28 de Julio
Puedo recordar algunos nombres de familias y amigos que vivían a lo largo de la Avenida 28 de Julio, bajando desde Cruz-Cucho hasta las inmediaciones del Hospital y el Cementerio General. También, puedo citar a quienes vivían en algunas de las calles transversales que pertenecían al barrio de Mitma. Me parece que la línea divisoria entre los dos barrios de la ciudad de Yungay, Huambo y Mitma, era la Plaza de Armas o la Avenida 28 de Julio. Esta avenida, a lo largo de su recorrido, era cortada o cruzada aproximadamente por diez o doce calles transversales, siendo la principal la céntrica Avenida Dos de Mayo. A su vez, ésta cruzaba de Sur a Norte los dos barrios por lo menos desde el puente de Calicanto hasta el estadio.
En Cruzcucho, en la cabecera de la Av. 28 de Julio y de la ciudad, estaba el "Hotel Atahualpa" establecido principalmente para los viajeros que llegaban de los pueblos de Conchucos y en especial de Yanama o, también, para quienes procedentes de Lima y otros sitios viajaban a esos lugares. Su dueña era la señora Wilfreda Angeles de Angeles. Sus hijas se llamaban Wilfreda y Nora. No me acuerdo si tuvo hijos varones. En todo caso, no los conocí. Hacia la calle, había una tienda que atendía la misma familia. Al frente del hotel, en la otra acera, vivió por muchos años don Apolinario Jaramillo (don Pulli), casado con la yanamina Marina García Velásquez. Tuvieron cuatro hijos: Enrique, Zonia, Carlos y César. La casa era amplia y frecuentemente recibía huéspedes procedentes básicamente de Yanama. Hacia la calle, tenía una tienda de abarrotes que competía con la del frente.
A dos o tres cuadras del hotel, caminando hacia abajo, es decir hacia el Oeste, en una esquina, estaba la casa de don Manuel Alegre y familia. Su esposa era la señora Pineda. Una hija mayor de la pareja vivía en Lima y a quien no llegué a conocerla salvo de vista; estudié por varios años con sus otras dos hijas, Zoila y Norma, en el colegio Santa Inés y nuestra amistad fue enorme; fui amigo de dos de sus hijos menores, Nelly y Manuel. Por versión de algunos amigos sobrevivientes, sabemos que todos los hermanos se habían reunido, procedentes de diversos sitios, precisamente en los últimos días de mayo, para celebrar el 30 o 40 aniversario del matrimonio de sus padres. Todos murieron el 31 de ese trágico mes.
Una cuadra más abajo de la casa de la familia Alegre, también en una esquina, estaba la casa de don Demetrio Cadillo y su señora Estefanía. Recuerdo los nombres de sus hijos: Eva, Nelly, Inés y Augusto. Eran parientes míos. La madre de don Demetrio, Adelaida Aguilar Mariluz, era hermana por parte de madre de mi
abuelo don Agustín Quijano Mariluz, nacidos ambos en Yungay en los años 80 del siglo XIX. Llegué a conocer a la señora Adelaida quien vivía desde siempre en Huarascucho, conversé con ella en varias veces. En una o dos oportunidades, estuve hospedado por pocos días en dicha casa familiar de don Demetrio. Una de sus hermanas vivía cerca del puente de Calicanto (salida hacia Huaraz) y cuyo esposo se apellidaba Paredes; sobre esta otra familia hablaremos después.
En la siguiente cuadra de la avenida, siempre hacia abajo, había varios establecimientos comerciales y uno de ellos, creo una peluquería, era atendida por los hermanos Paredes. Los dos o tres hermanos eran hombres físicamente bien bajitos. Tenían popularidad y eran amigos de todo el mundo. En una casa contigua, vivían la señora Tarcila Angeles y familia; tenían taller de costura. En una esquina de la cuadra siguiente, vivían los esposos Franciles Cotrina y Vivina Ortiz y su hija Lily Ortiz. Hacia la parte céntrica de esta cuadra, se encontraba una amplia casa de dos pisos, el primero ocupado por la familia celendina de apellido Chávez de la que ya hemos hablado en la primera parte y, luego, el segundo ocupado por el profesor de música Antero Angeles. Unos 10 ó 20 metros después, estaba la casa de la profesora Elsa Gamarra y cuya familia atendía una tienda. En la acera del frente, estaban las casas de la familia Vergara, la señora Elisa y sus hijas Coty y Almira Vergara y, luego, hacia la esquina la de la familia Olivera.
En una calle transversal entre las dos anteriores cuadras, quizás el Jirón Bolívar, correspondiente a Mitma, se encontraba la casa más hogareña de la profesora Elsa Gamarra y familia; también, la casa de don Víctor Philipps y sus hijos Carlos y Federico; creo que ya no vivía la madre de ellos. Don Víctor era personaje conocido de la ciudad de Yungay, nacido quizás a fines del siglo XIX o a comienzos del XX; probablemente llegó a ocupar varios cargos públicos como, por ejemplo, alcalde de la ciudad, subprefecto de la provincia, etc.; también había sido un poco periodista y un poco historiador. Un hermano suyo, el odontólogo Carlos Philipps, terminó su vida como mártir del APRA en la ciudad de Huaraz; en el contexto de la insurrección popular aprista de 1932, cuya núcleo principal fue la ciudad de Trujillo. Carlos cayó prisionero de las fuerzas gubernamentales que se habían desplazado a la ciudad de Huaraz, aceptó su responsabilidad como dirigente y luego fue fusilado. Hay un conocido pero también casi olvidado lema aprista que viene de las palabras pronunciadas por Carlos Philipps en los instantes finales de su vida ante el pelotón de fusilamiento. A diferencia de este personaje, comprometido con las fuerzas insurgentes ya desde los candentes años 30, parece que su hermano Víctor era políticamente un conservador.
En la siguiente calle transversal, paralela a la anterior, el Jirón Espinar, estaban la casa y el establecimiento comercial de la familia Huincho. Sólo recuerdo un nombre, el de Digna, seguramente porque fuimos compañeros de aula por varios años. Sólo recuerdo los rostros de sus hermanos. Digna es esposa de Nehemías Vergara, abnegado maestro de escuela desde muy joven y alcalde de Yungay en los momentos más difíciles; a los dos, a Digna y Nehemías, los encontré en el nuevo Yungay en octubre de 2004, en las actividades por el centenario de la creación política de la provincia. Les hice entrega de la primera parte del presente folleto.
En la Avenida 28 de Julio, en la cuadra anterior a la Av. Dos de Mayo, había numerosos establecimientos comerciales. Sólo puedo recordar dos de ellos: el de familia Vásquez (Don Agustín, Flor,
Ciro, Ricardo, etc.) y el de don Laurencio Méndez y señora Mercedes Angeles. En las dos esquinas frente a frente, formadas por esta Av. y la Av. Dos de Mayo, estaban el establecimiento comercial de zapatos de la familia Osorio y la casa de dos o tres pisos de la familia Villón Fuentes(Vilma, Vianey, etc.)
A partir de la Av. dos de Mayo hasta las inmediaciones del Hospital y del Cementerio General, es decir, en dirección al Oeste, quedaban las últimas cinco o seis cuadras de la Av. 28 de Julio. De la primera cuadra, recuerdo básicamente el local del Banco de Crédito, el Hotel Comercio de la familia Figueroa Adams y la tienda del "gringo" Hubel, de quienes ya hemos hablado en la primera parte; en la misma recta, estaba la casa de don Heriber Olivera y familia (transcurridas varias semanas de la desaparición de Yungay, conocí a un hijo suyo que, proveniente quizás de Lima o Trujillo, llegó al almacén de Ranrahirca cuya jefatura estaba a cargo del capitán César Marín). En la misma cuadra, en la acera del frente, estaba la casa del médico Dr. Agustín Herrera y su hija Betty; después, algunas tiendas; luego, la casa todavía algo señorial de la señora Albina Villón de Espinoza; a unos pocos metros del portón perteneciente a la misma casa, había una capilla con el Señor de la Caída o el Señor de los Milagros a donde asistían los creyentes que quisieran orar. La señora Albina, vivía con dos de sus hijas solteras, Aída y Zenaida; ya hemos dicho que esta última era maestra de escuela en la estancia de Chuquibamba; Aída, administraba los fundos y otras propiedades de la familia. Otra de sus hijas, Flor de María, era esposa del profesor de historia Carlos Alberto Huamán Huerta; otra de sus hijas vivía en Caraz y era esposa de un señor Lúcar. Entre todas ellas, la única que aparentaba modales aristocráticos era la propia señora Albina.
En la siguiente cuadra de la Av. 28 de Julio, después de cruzar el Jirón Miguel Grau, estaban frente a frente, la Oficina de Correos y la casa don Augusto Rojo y familia; en los años sesenta y en vísperas del terremoto, este era un hombre de aproximadamente 65 o 70 años y, también, era un personaje bastante popular y conocido de la ciudad. Una o dos cuadras después, en línea recta, estaba la famosa "casa del chocho" o tarhui, negocio que atraía a mucha gente y fundamentalmente a los que pasaban por una resaca luego de reuniones sociales muy regadas por el licor en la noche previa. Parece que por allí cerca o en la propia "casa del chocho" habría vivido desde muy niña la afamada Princesita de Yungay.

Don Francisco Tamayo, su familia y el magisterio
Don Francisco Tamayo, probablemente contaba con algo más de 70 años, cuando ocurrió la tragedia. A igual que su famoso padre, don Francisco Regis Tamayo, tenía bastante prestigio en la ciudad y quizás en toda la provincia, especialmente en el campo del magisterio. A lo largo de su vida, había sido maestro de escuela e Inspector de Educación en varias provincias y, desde luego, en Yungay. En principio, tiene que haber sido un destacado maestro de escuela. Lo parecía, cuando lo conocí y él ya era jubilado como servidor del Estado; se dibujaban en su semblante los serenos y firmes gestos del maestro de la época. Por otra parte, en todo el país los Inspectores se encargaban de centralizar la coordinación de las escuelas públicas de la provincia, sus distritos y estancias; eran el nexo con la respectiva autoridad departamental y por su intermedio con el Ministerio de Educación. Dicho cargo, en varias provincias, habría sido desempeñado por don Francisco aproximadamente entre mediados de los años 40 y mediados de los años 50. Gozando ya de una razonable pensión de jubilación –en esos tiempos este privilegio era posible para los maestros del Perú-, a don Francisco Tamayo se le veía, como un hombre alto y corpulento, de piel cetrina y cabello canoso. Eran los finales de los años 50. Casi siempre andaba en terno. Tenía familia numerosa. Su esposa era la señora Lola Angeles. Ella era hermana de las señoras Elcira y Graciela Angeles; se parecían físicamente Sus hijos fueron Illma, Francisco, Henderson, Ñury, William y Marita. Sólo fui amigo de los dos últimos, que eran mucho menores que yo pero éramos vecinos y nos veíamos a diario. Yo vivía en la casa contigua a la de ellos, en el Jirón Arica del barrio de Huambo, que era la de don Marcial Cachay y su señora Luzmila del Río, su hija Teresa y su nieto Lucho. A la señora Illma y Henderson (le decían "Drish") sólo los conocí de vista aunque se les veía con cierta frecuencia; la señora Illma era maestra de escuela y Henderson estudiaba en la Normal de Tingua. A Ñury la vi poco, quizás por algunos años vivió fuera de Yungay. A Francisco, el mayor de los hermanos y que por entonces ya vivía en Lima, no he podido conocerlo hasta hoy;
creo que estudió y se graduó en la Escuela Normal de La Cantuta. William y yo nos hemos encontrado unas cuantas veces en Lima. Me dicen que sólo Ñury y Marita murieron el día de la tragedia; todos los demás estaban en Lima.
Don Pancho Tamayo y familia tenían bastante popularidad en la ciudad. Con frecuencia, con preferencia los fines de semana, organizaban reuniones sociales en su casa a la que concurrían familiares y distinguidos amigos. En popularidad y vocación por las reuniones sociales, sólo podían competir con don Roberto Arias y señora Sulema Lúcar que armaban grandes reuniones fiesteras en su casa de la Plaza de Armas o, también, con el médico Agustín Herrera y su hija Betty que hacían igual cosa en su casa de la Av. 28 de julio; padre e hija, casi nunca estaban ausentes en las reuniones sociales como éstas; eran esperados por ser personas agradables y excelentes bailarines. La casa de don Pancho Tamayo, pues en el barrio de Huambo, era bastante grande, con amplias habitaciones y especialmente la sala y su corredor y, además, con patio empedrado y corralón al fondo. La música y el baile se prolongaban casi siempre hasta horas de la madrugada; los vecinos la pasábamos mal. Al amanecer, desde las seis de la mañana y a manera de venganza, la señora Luzmila prendía la radio dejando escuchar al más alto volumen en especial el noticiero y los comentarios políticos del bullanguero periodista Juan Ramírez Lazo desde una radioemisora limeña llamada Radio Victoria. Lo curioso es que la señora Luzmila no sabía o no se daba cuenta que la familia fiestera no se sentía interrumpida por más volumen que se le diera a la radio puesto que dormía profundamente. Antes y después de todo, había una agradable y limpia amistad entre los vecinos.

Francisco Angeles, su familia y la política
Don Francisco Angeles y familia eran de Mancos. Pude conocer sólo de vista a este personaje medio legendario y a su esposa la señora Bayona. Conocí a sus tres hijos varones, Washington, Rolando y Remo. No me acuerdo haber visto alguna vez a sus hermanas. Mi amigo sanmarquino Julián Angeles Carrasco, me informa que ellas eran Lupe y Dora. En total, eran cinco hermanos. Vivían en Yungay, en el barrio de Mitma algo cerca del mercado, aunque los padres quizás pasaban la mayor del tiempo en Mancos, atendiendo sus propiedades y los negocios. Fui muy amigo de Rolando y Remo, con los dos estudié en el colegio Santa Inés aunque el primero pertenecía a una promoción superior. Aparte de buenos estudiantes, eran tipos simpáticos y divertidos. Mientras tanto, Washington ya trabajaba como maestro de escuela, era un gran deportista y destacaba especialmente en fútbol y básket; también jugaba el voley con mucha gracia y calidad. Era hombre de estatura más que mediana, atlético, lleno de entusiasmo, vitalidad y capacidad de iniciativa. Tenía gran popularidad en la ciudad de Yungay y seguramente en su propio pueblo de Mancos. Remo era robusto, alegre y con mucho sentido del humor; también, era deportista aunque no destacaba en algo particular; más bien, practicaba gimnasia, raneaba y hacía carreras. Rolando, en cambio, no tenía noción para el deporte; sin embargo, aparecía integrando cualquier equipo de fúltbol o básquet porque había que cubrir algún vacío por enfermedad o imprevista ausencia de alguien. Sin embargo, era más esbelto que sus hermanos. En una oportunidad, por casualidad o por curiosidad, Washington se apareció cuando precisamente su hermano Rolando jugaba básket por el equipo de su promoción en la cancha del propio colegio Santa Inés; viendo que su hermano jugaba de cualquier manera, digamos torpemente, Washington muy iracundo exclamaba frases como éstas: ¡"Qué pobre coj… había sido mi hermano, es el colmo que no sepa jugar básket"! ¡Que vergüenza … carajo … cómo puede ser mi hemano este huev …"! ¡"Por la p. m. … nunca me había dado cuenta que mi hermano era tan coj…"! Estas palabrotas eran celebradas con entusiasmo y risotadas por quienes nos encontrábamos cerca de Washington. Luego, cualquier otro día, también provocaba sana sonrisa ver caminar fraternalmente unidos a los mismos hermanos.
Don Pancho Angeles había sido militante aprista desde su temprana juventud, sus familiares eran apristas. Con cierta pizca de ironía, amigos suyos solían decir "para ser aprista hay que ser de Mancos" o, también, "mancocinos tenían que ser". Don Pancho era considerado como todo un personaje no sólo en su pueblo de Mancos sino en Yungay y en el Callejón de Huaylas. Se sabía de su línea política antigamonal, antioligárquica y antimperialista y de su coraje para protestar contra las dictaduras y rebelarse en contra de ellas. En más de una oportunidad, había tenido que vivir en la clandestinidad. Se le tenía, por eso, admiración y respeto. Circulaban numerosas anécdotas acerca de sus andanzas políticas. Recuerdo una de ellas. Ocurre que en los agitados años 40, don Pancho realizaba simultáneamente diversas actividades y, entre ellas, la actividad política en defensa de su partido y los negocios para mantener a la familia. Por esas razones recorría con frecuencia el Callejón de Huaylas y algunas veces se iba hasta la costa, es decir, pasaba por ferrocarril de Huallanca a Chimbote. En unas de esas circunstancias, probablemente en los agitados y sangrientos años 48, 49 o 50, cuando el gobierno dictatorial del general Odría mandaba perseguir, encarcelar y asesinar a dirigentes apristas, don Francisco había llevado en camión, desde Mancos hasta la estación del ferrocarril en Huallanca, diversos productos y entre ellos numerosos cajones con huevos colocados en hileras, unas sobre otras y protegidos por pedazos de periódicos. Cuando su cargamento ya había sido trasladado al vagón del ferrocarril y colocado allí convenientemente y cuando faltaba poco para que el aparato arrancara con destino a Chimbote, amigos invisibles le comunicaron a don Francisco que policías y soplones de la dictadura lo andaban buscando para apresarlo, eliminarlo, que no tardarían en aparecerse y atraparlo. De inmediato, don Francisco desapareció del lugar. Todavía le fue posible, personalmente o a través de algunos de sus invisibles amigos, enviar un telegrama a su esposa donde le decía: "Querida, por mis ideales pierdo mis huevos". La policía y los soplones habían sido burlados una vez más. Transcurrido sólo una semana, correligionarios y familiares estaban informados que don Francisco continuaba activo en sus andanzas políticas desde la clandestinidad. En cualquier momento los volvería a ver. Nunca lo esperaban en vano.

Don Alfredo Blanco y familia
Don Alfredo Blanco era esposo de la señora Marina Cabezas. El era de la zona de Piscobamba y ella del caserío de Chalhuá (Challua) del distrito de Yanama. En otras palabras, los dos eran de la región de Conchucos. Siendo todavía muy jóvenes, al poco tiempo de su matrimonio, habían decidido vivir en Yungay. Se habrían trasladado a dicha ciudad aproximadamente a fines de los años 30 o a inicios de los 40.
Don Alfredo tenía vocación por la actividad agrícola y ganadera y también por los negocios. La señora Marina, entregaba todo su tiempo a la vida doméstica. Tuvieron numerosos hijos: Delia, Esperanza, Dalmira, Hugo, Nelson, Isaac, Danilo y Angélica. Algunos de ellos estudiaron en el Colegio Santa Inés y otros en el Colegio Industrial de Caraz. Todos ellos participaban en diversos trabajos de la familia y de modo especial en las actividades agrícolas y ganaderas. Vivían en una casa de un solo piso pero bastante amplia, con numerosos cuartos aparte de sala, cocina y comedor; había un enorme patio; estaba situada en el barrio de Huambo, en el Jirón Arica que en dirección al Este llevaba a las chacras inmediatas y a Runtu; al frente estaba la casa del sacerdote Víctor Suárez y al costado la de don Román Milla.
A fines de los años 60, don Alfredo y familia habían vendido aquella casa y se habían mudado a otra nueva en dirección noreste, cerca de las propiedades de la familia Ayala y hacia la salida a Caraz. En esos tiempos, habían tenido que multiplicar o intensificar sus actividades agrícolas y ganaderas, para las que tuvieron que tomar en alquiler chacras y potreros básicamente en la parte norte. Parece que los hijos varones y Dalmira trabajaban o estudiaban en Lima o en cualquier otro lugar. Todos los demás vivían en Yungay y allí se encontraban el día de la tragedia. Todos estaban en casa, salvo Esperanza y su esposo que unos minutos antes habían tenido que salir hacia el centro de la ciudad. Cuando comenzó el terremoto, los mayores trataron de imponer serenidad porque también había niños. Lo interminable del violento movimiento de la tierra, hacía desesperante la situación. Desde el lugar donde se encontraban, se podía mirar en línea recta y con mayor claridad el imponente nevado del Huascarán y más aún en horas de la tarde, bajo el sol quemante y el limpio azul del cielo. El propio don Alfredo, sobreviviente por capricho o terquedad o porque Dios es grande cuando quiere, me contó lo ocurrido con ellos en los segundos finales de la violencia desatada por la naturaleza. -Lo hizo el día que llegamos a Ranrahirca y acabábamos de establecer el almacén.-
Me dijo que ellos sí, en los instantes en los que parecía amenguar el movimiento de la tierra, pudieron ver nítidamente que se desprendía una gigante mole de hielo de la cumbre norte del Huascarán y pudieron escuchar el estruendo producido al caer a tierra, al pie del nevado y a la quebrada que lleva al Río Santa las aguas que salen de las lagunas de Llanganuco. Yungay podría desaparecer de inmediato. Sólo quedaba por hacer una cosa: salir
de inmediato de la casa más hacia más al norte en busca de posible salvación. Todos, salvo don Alfredo, hicieron los mayores esfuerzos para alejarse. Don Alfredo se negó a seguirlos, prefiriendo quedarse en casa recostado en una de las paredes del patio. Había dicho "Esta es mi hora para morir, no quiero vivir más". El aluvión pasó por allí cerca, a poca distancia. Poco después, la familia volvió a reunirse. Durante su relato, don Alfredo se había tomado una o dos botellas enteras de agua mineral que se le brindó. Atardecía y debía irse. Lo esperaban fuera del local su hijo Nelson que acababa de llegar procedente de Lima y el menor de los hermanos Ayala, nuestro común amigo. En las tres últimas décadas del siglo XX, aún pude encontrarme con don Alfredo cada vez que yo podía darme un salto al nuevo Yungay.

Parientes y amigos de Huarascucho y Calicanto
Adelaida Aguilar Mariluz, hermana de mi abuelo Agustín Quijano Mariluz, fue esposa de Eulogio Cadillo.
Vivieron en la estancia de Huarascucho de donde era la familia de la tía abuela Adelaida. Probablemente se casaron en los inicios del siglo XX. Tuvieron numerosos hijos: Alberto, Demetrio, Angélica, Francisca, Asunción, Teresa, Delia y Máximo.
Angélica y su esposo Gliserio Paredez Méndez y familia, vivían en la Av. Dos de Mayo, casi a un paso del puente Calicanto. Gliserio era un próspero carpintero dedicado a la elaboración, creación y diseño del arpa, delicioso instrumento de cuerda que hasta mediados del siglo XX se tocaba casi exclusivamente en el campo; por esa razón, el arpa era adquirido fundamentalmente por los campesinos jóvenes los que, a su vez, comenzaban a migrar a las ciudades llevando su música y sus danzas. Era bueno el negocio de la familia Paredez.
Fueron bastante numerosos los hijos de Angélica y Gliserio, fueron doce y de los cuales vivieron seis:
Betazabé, profesora de Primaria; Carmen Ida, profesora de C.E.T.P.; Felícitas Hilda, negociente; Elba Pilar, profesora de primaria; Magno Romualdo, profesor de educación Física en San Marcos; Nireo Roberto, trabajador independiente. El 31 de mayo, murieron los padres y algunos de sus hijos como Betazabé "Betty" quien había culminado sus estudios en el colegio Santa Inés. Recuerdo, que semanas después de aquella tragedia me encontré con Carmen Ida en el medio mismo de donde antes había estado la ciudad de Yungay; caminábamos en sentido contrario, ella hacia Aura o Ranrahirca y yo hacia Pampac o Huantucán. A ella, su hermana y otros familiares, donde también estaba Magno, los volví a ver en el nuevo Yungay en octubre de 2004.
En la reunión que se realizó en el auditorio de la Plaza de Armas, cuando yo leía algunos pasajes de mi folleto, nos quebramos y lloramos todos.
Yanaminos que murieron o se salvaron en Yungay
Fueron muchos los yanaminos, quizás cientos, los que murieron en Yungay aquel 31 de mayo; fueron muy pocos los que se salvaron.
Allí murió mi padre Marcial Quijano Vega. Hacía poco tiempo que se había jubilado como maestro de escuela y director del Centro Escolar de Varones 365 del distrito de Yanama, luego de servir al Estado y a la comunidad aproximadamente durante 40 años corridos. Se encontraba en perfectas condiciones físicas e intelectuales. Una de sus últimas actividades públicas en medio del magisterio, había sido el de desempeñarse como presidente y director de debates en una concentración provincial de maestros, quizás era un congreso o algo parecido, que se llevó a cabo durante varios días en la ciudad de Yungay. Lo hizo con gran solvencia de trejo educador. La joven maestra Elsa Gamarra le había brindado apoyo inteligente y eficiente como secretaria. Mi
padre, hablaba con orgullo de aquella tarea que le habían encomendado sus colegas en muestra de reconocimiento a su fecunda trayectoria magisterial y, al mismo tiempo, elogiaba el alto nivel de las intervenciones de los maestros y maestras de los diferentes distritos y estancias de la provincia. Durante los años de 1968 y 1969 viajó varias veces Lima y más de las veces se quedaba en el departamento de Nelly y sus mellizas en la Av. de La Marina. En los primeros meses del año 1970, vivimos juntos en el departamento de Aníbal y Carmen en la Av. Horacio Urteaga. A fines de abril, también estuvimos juntos en Yungay. Nos separamos cuando él se fue a Yanama y yo me vine a Lima. En la última semana de mayo, él había retornado a Yungay y se había hospedado en la nueva y amplia casa de Eduardo Goñi y Bertha Oliveros en el barrio de Huambo. Eran parientes nuestros. Sus hijos todavía eran adolescentes o niños; Parece que Nancy, la hija mayor, por entonces ya vivía en Lima. El domingo 31 de mayo, cuando después del almuerzo, seguramente los mayores conversaban y los menores jugaban o se preparaban para salir a jugar en la calle o en la recién habilitada cancha de fútbol que la llamaban "Maracaná”, comenzó el más extenso, violento y prolongado terremoto del siglo XX en el Perú.
Seguramente congregados en el patio, todos los de la casa resistieron con gritos de desesperación, o también enmudecidos, el interminable movimiento de la tierra; cuando parecía que disminuía este movimiento y podía recobrarse alguna tranquilidad, vieron a los lejos que un inmenso bloque de hielo de desprendía de una de las cumbres más elevadas del Huascarán; se sintió el estruendo que provocó su caída al pie del nevado; con la sensación, el miedo o el terror de que la ciudad podría ser sepultada, todos salieron a la calle y comenzaron a correr hacia el estadio. La tierra aún se movía. Eduardo, Bertha y sus hijos Carlos, Percy y Cecilia avanzaron lo suficiente y lograron salvarse; Rosario, la hija menor, y con ella mi padre, no pudieron avanzar, se retrasaron porque las paredes se caían o porque la tierra se abrió delante de ellos; cuando los primeros voltearon la mirada hacia atrás ya no vieron a nadie, apenas unos segundos antes había pasado el aluvión.
A sólo unos 50 metros de distancia de la casa anterior, cruzando la Av Dos de Mayo, estaba ubicada otra casa familiar donde vivían don Prudencio Oliveros, su esposa doña Asunción Villanueva y su hija Videlfa (Don "Pulli", doña "Ashu" y "Vidi"). Sus otros hijos eran Bertha, Yolanda, Hilda, Ana y Marco. De la primera, acabamos de hablar en el párrafo anterior; lo otros cuatro, vivían en Lima. Don "Pulli" y don "Mallshi", mi padre, eran primos hermanos y así se trataban; tenían el mismo apellido materno al ser hijos de las hermanas Sinforosa Vega e Isolina Vega. Hacía más o menos 12 ó 15 años, que aquella casa –entre la Av. Dos de Mayo y el Jirón San martín-, había sido comprada por la familia Oliveros, luego de vender sus dos casas de la Plaza de Armas de Yanama y sus tierras agrícolas y pastizales del caserío de Machcco. La de Yungay, donde finalmente vivían, era una casa relativamente antigua pero inmensa. Aparte de la amplia sala, contaba con numerosos habitaciones e inclusive una cuya puerta daba hacia la calle, con dos patios y un corralón al fondo para las acémilas. Últimamente, don "Pulli" andaba mal de salud por una afección a la columna y se movilizaba en silla de ruedas o apoyándose en muletas; doña "Ashu" tampoco andaba con buena salud por obvias razones de edad.
En los instantes del terremoto, en compañía de Vidi, seguramente se resignaron a resistir en uno de los patios esperando que ya pasaría el temblor de la tierra o quizás se derrumbaron las paredes de la casa; en cualquier caso, no les fue posible salir a la calle y escapar hacia el estadio y en unos segundos más el aluvión pasó sobre ellos y todo se hizo silencio.
A poca distancia de las dos casas mencionadas, a sólo a dos o tres cuadras, entre los jirones Arica y Miguel Grau, cerca de la Escuela 370, estaban las de Washington Roca y la de sus padres don Germán Roca y doña Iraida "Illa" Oliveros. Washi Roca y su esposa Luisa Blanco tenían varios hijos y daban pensión a numerosos sobrinos de Chilcabamba, hijos de don Alejandro Blanco, entre ellos Benigno y Victoria; eran dueños de una casa grande y algo antigua y con una tienda repleta de todo salvo telas; además, sólo al lado, en el jirón Arica, hicieron construir una casa mucho más grande, por lo menos de dos pisos y con numerosas habitaciones; ésta fue alquilada al Ministerio de Educación y allí se instaló el Colegio Nacional de Mujeres Chimpu Ocllo. Por su parte, don Germán y doña Iraida, que eran mis tíos, vivían con sus demás hijos: Santiago "Shanti", Juan y Prudencio "Pullichu". Juan fue, aparte de mis compañeros de colegio, uno de mis grandes amigos. Don Germán había muerto unos años antes del terremoto. La tía Iraida, su hijo Juan y los hijos menores de Washi, murieron
con el terremoto y el aluvión. Salvaron la vida, ya no se por cuantos motivos, Santiago y Apolinario, Gerardo y Luís, hijos mayores de Washi, el propio Washi y su esposa Luisa. Recuerdo con íntima satisfacción haber atendido a estos últimos, en medio del dolor, durante las semanas que trabajé en el ya varias veces mencionado almacén de Ranrahirca. Desde luego, lo hice de igual modo, con todo el alma, con todos los que pudieron llegar a ese lugar. Era nuestro deber y nuestro compromiso.
No pudieron salvarse los hermanos Carlos Jaramillo García y César Jaramillo García, hijos de Marina, quienes eran muy jovencitos y estudiaban en el colegio Santa Inés; tampoco el tío de ellos y primo mío Orlando Quijano Velásquez . Juntamente con otros familiares vivían cerca de Cruz Cucho, en una calle transversal de la Av. 28 de Julio, a la altura del molino. Después del almuerzo, Carlos y César se quedaron al cuidado de la casa y Orlando se marchó a la comisaría donde trabajaba como policía. Mientras tanto, los demás familiares, entre ellos, Zonia, hermana mayor de aquellos chicos, las tías Elsa, Irma y su tierna hija Carmen Rosa se fueron a cosechar maíz en una chacra que quedaba a poca distancia, en la zona de Aura, hacia el sur-este, un
poco más allá o más arriba del molino. Esa chacra o otras vecinas se encontraba debajo de una loma y rodeada de árboles. Esa loma o cerro de mediana altura, se llamaba Aurircán. El capricho de la naturaleza con quienes se encontraban en esa parte de Aura, fue increíble. Durante los interminables minutos del terremoto, permanecieron en la chacra sin atinar a nada; sólo había que resistir protegiéndose mutuamente. Después, cuando aparentemente se calmaba el movimiento de la tierra, sintieron un fuerte y estremecedor ruido y, segundos después, algo así como el paso de un viento huracanado que sacudía los árboles y barría con lo que entraba a su paso. No se habían dado cuenta que en sólo unos instantes una inmensa mole de nieve se había desprendido desde lo más alto del Huascarán y que al caer al pie del nevado había removido agua, tierra y rocas generando el aluvión que terminó sepultando Yungay con sus casas y sus calles, con su historia, sus miles y miles de habitantes. Cuando finalmente quisieron salir de la chacra hacia algún lugar, descubrieron que se
habían quedado aislados. El aluvión en su violento recorrido había perdonado las chacras, bifurcándose a la altura de Aurircán y prosiguiendo su misión destructiva por los dos flancos. En ese bendito lugar, no habían sido los únicos sobrevivientes; también aparecieron algunos otros provenientes de las partes bajas de Aura, desde la carretera de salida hacia Huaraz, luego de cruzar Calicanto. Todos se reconocían, caminaban y se juntaban sin saber qué hacer, pero agradeciendo al cielo por haber salvado sus vidas; entre muchos de ellos, estaban una prima hermana de Elsa e Irma, la señora Noemí Roca Velásquez y a su última hija, las hermanas Eumelia y Elba Alegre, los hermanos Bertha, Consuelo, Hilda y Lanro Chacón. Más o menos una hora más tarde de la desaparición de Yungay, el cielo comenzó a nublarse y pronto vino la oscuridad. Todos durmieron como pudieron, pero prestando la mayor atención a los niños. Recién al amanecer el siguiente día, pudieron orientarse mejor e intentar salir hacia algún otro lugar. Era menos difícil salir como sea hacia Ranrahirca. Pero antes de hacerlo, permanecieron varios días entre las casas y las chacras de Aura.
En Huambo, eran más que vecinos numerosas familias procedentes de Chaluá y Machcco. Habían ido adquiriendo casas de familias yungainas que cada cierto tiempo se marchaban a vivir en Lima o a otro logar del país. A sólo una cuadra de la Plaza de Armas, entre la Av. Dos de Mayo y el Jirón Bolognesi, en camino al estadio, eran propietarios de una inmensa casa de dos pisos los hermanos Rómulo Oliveros e Isaac Oliveros; en el primer piso, vivían don Rómulo con su señora esposa Ada Escudero y familiares que eran básicamente sobrinos suyos, como Jorge Cabezas; don Rómulo y su esposa atendían la tienda que daba a la Av. Dos de Mayo; en el segundo piso, vivía don Isaac con su señora esposa Victoria Barrón y su hija Nelly aunque esta ya se había ido a Lima para continuar sus estudios. Al frente, es decir, cruzando la mencionada Avenida, los nuevos dueños de la que había sido la casa de don Aurelio Figueroa y familia, eran los esposos Edmundo Escudero y María Ames e hijos. Ellos y sus familiares, salvo algunos de sus hijos o sobrinos, tampoco pudieron salvarse. Desde siempre conocí a todos, eran muy amigos de mi padre y, por último, éramos más que paisanos.
Igualmente, en la siguiente esquina de la misma cuadra, en camino al estadio, los nuevos dueños de la que fuera casa del profesor Juan Olivera Cortés, eran Yolanda García Pineda y esposo el amigo Melgarejo y sus hijos. Yolanda era empleada de la oficina de correos que funcionaba en la Av. 28 de Julio, frente a la casa de ese hombre muy popular que se llamaba Augusto Rojo; mucho antes, había trabajado en la oficina de correos de Yanama; después, en la de Huaraz; finalmente, en la de Yungay. Todos ellos desaparecieron. Corrieron igual suerte Benito García Pineda, policía y hermano mayor de Yolanda y un adolescente sobrino de ellos a quien llamaban "Pashuco". Desde Yanama, fuimos viejos vecinos y amigos. Otro hermano mayor de Yolanda, Próspero, maestro de escuela en algún lugar del Callejón de Huaylas, logró salvarse por encontrarse ese día algo lejos de la ciudad, hacia la salida de Yungay a Caraz y desde donde pudo ver que segundos después del terremoto se venía sobre la ciudad la fuerza desencadena de la naturaleza; apenas atinó parapetarse detrás de una roca más o menos grande y cerrar los ojos porque no había tiempo para más; el aluvión pasó cerca de aquella roca, Próspero sintió que había vuelto a vivir.
Don Raimundo Saénz Vega y su hija Yara, habían ido a un reencuentro final de sus vidas. El, maestro de escuela ya cesante y próspero minero en la zona de Cunya, estancia de Yanama; ella, estudiante de la Universidad Federico Villarreal. Padre e hija, habían acordado estar juntos por unos días en una casa que unos años antes habían adquirido en el barrio de Mitma, creo la que fuera casa de la familia Philipps. Seguramente los acompañaba Felícitas, yungaina e hija mayor de don Raymundo, quien tenía su vida independiente y que por pura buena gente estaba al cuidado de aquella casa.
Había una amiga yanamina apellidada Zelaya Obregón (perdón por no recordar tu nombre; creo te llamabas Alcira) quien vivía con sus dos o tres hijos un poco más arriba de Cruz cucho o cerca de Aira. Ella era hermana mayor de Maura, Angélica, Elpidia, Marciano y Gerardo. También, mucho más arriba, en Yanama Chico, vivían numerosos campesinos procedentes del caserío de Zanja, entre ellos Artemia y su hijo Eusebio "Iushu" con quien de niño yo jugaba en las chacras en épocas de cosecha de papas o de ocas y ollucos. Como todos los que vivían en las partes altas de Yungay, en dirección Este, como acercándose al Huascarán, mis paisanos y eternos amigos estuvieron entre las primeras víctimas del alud del 31 de mayo. Además de ellos, corrieron igual suerte no pocos arrieros que trasladaban diversos productos sobre lomo de acémilas entre Yungay y Yanama o viajeros que caminaban llevando algún peso sobre sus propias espaldas como Aurelio "Aullicho" Moreno, otro campesino de Zanja y también eterno amigo mío.
En esta relación, están los nombres de muchos compañeros y amigos, vivos o muertos; pero, no están todos los nombres que debían estar. No es posible, a pesar de todo nuestro esfuerzo mental. Pedimos perdón a quienes por ahora no los estamos nombrando.
Compañeros y amigos del colegio Santa Inés
Betty Paredes Cadillo
"Cashpa" Olivera
Elena Lúcar
Vilma Murillo Angeles
Janet Murillo Angeles
Amanda Mejía
Rosa Cotrina
Ethel Cotrina
Alina Ríos
Amparo Ríos
Daysi González
Luísa González
Luisa Rondríguez
Magdal Guilino
Sofía Mosquera
Olivia Beteta Menacho
Nelly Sánchez Báez
Celinda Goñi Rincón
Yolanda Goñi Rincón
Nelly Mayo
Elmira "Mosha" Vásquez
Esperanza Macciota
Olga Macciota
Silvia Macciota
Carlos Jaramillo Angeles
Augusto "Chacachica" Flores
Neptalí Flores
Luís Figueroa Adams
Angel Alegre Alegre
Crispín Portella
Oscar de la Torre Collins
Pedro "Perico" Cordero
Cicco Alamo
Juan "Juani"Giraldo
Luciano "Luchi" Giraldo
Digna Huincho
Dora Milla
Juana Milla
Magna Rosa Osorio Villanueva
Rosa "Chachi" Osorio Meléndez
Eulalia Angeles
Lily Ortiz Ortiz
Elsa Beteta Blanco
Teresa Cachay del Río
Carmen Giraldo
Edith Chávez Roca
Dedaina Salinas
Lina Figueroa
Carmela Figueroa
Mercedes Angeles
Mafalda Mallqui
Arminda Mallqui
Chabuca Mallqui
Luz Figueroa
Zunilda Figueroa
Vilma Villón Fuentes
Flor Vásquez
Zoila Alegre Pineda
Norma Alegre Pineda
Nelly Alegre Pineda
Elizabeth Chávez
Rosario Figueroa Adams
Teresa Cerna Kaiser
Nora Olivera Angeles
Esperanza Blanco Cabezas
Dalmira Blanco Cabezas
Victoria Blanco Roca
Edith Ames
Eudocia García
Susana Beteta
Elba Espinoza
Nelly González (Fam. "Torcho")
Raúl Olivera Angeles
Carlos Sotelo
Enrique Jaramillo García
Amper Ramos Murphy
Jenner Ramos Murphy
Luís Torres (De Carhuaz)
Teófilo Lino y hermanos
Augusto "Pacu" Mayorga
Magno Lúcar
Federico Philipps
Manuel Montañéz
"Cañete" Huertas
Vladimiro Beteta Menacho
Christian Beteta Menacho
Antonio Meza
Godofredo Lago
Carlos Mayo
Luciano Vergara
Ranulfo "Llingo"Vásquez
Gustavo Vásquez
Ciro Vásquez
Ricardo Vásquez
Rudy Mejía
Zito Hidalgo Villón
Albino Oliveros Espinoza ("shucshu")
Sheriber Arias
Patricio Vidal
Joel Méndez
…………Méndez
…………Jiménez
Juan Ramírez ("Pututu")
Zacarías "Shaca" Reyes
Ciro Reyes ("Shaca" menor)
Fernando Olivera
Bari García Zelaya
Eduviges García Zelaya
Guillermo Alzamora ("Picllu").
Juan José "Nito" Lúcar
Oscar Armando Lúcar
Vianey Villón Fuentes (Bené)
Víctor González ("Torcho")
César González ("Torcho")
Jaime González ("Torcho")
Hernán "Ñango" Soriano Cordero
Walter Soriano Cordero
Enrique Calero
Dennis Murillo Angeles
Wellington Escudero Ames
Néstor Vilcarino Guzmán
Carlos Vilcarino Guzmán
Raúl "Pinocho" Espinoza
………… . Arteaga
………….. .Mishti
Carlos "Chale" Figueroa Sifuentes
Juan Figueroa Sifuentes
Agustín Figueroa Sifuentes
Emiliano Guzmán Collazos
Remo Angeles Bayona
Rolando Angeles Bayona
Carlos Olivera Angeles ("Gallo")
Carlos Olivera Angeles ("Calolo")

Centro Escolar 370
Justo González
Aurelio Figueroa
César Murga
Gumercindo Ramírez
Luciano Vergara
Washington Angeles Bayona
Augusto Angeles ("Cashallito")
Neemías Vergara
…………. Legoas

Centro Escolar 361
Mariano Tolentino
"Chino" Cordero
Guillermo Sotelo
Fortunato Angeles
Nery González
Armando Revelo
Marcelino Castro
Pedro "Pillita" Angeles
Eladio Rodríguez
Pedro Barrón
Demetrio Romero
Rafael Menacho

Escuelas de mujeres
Flor de María Espinoza Villón
Clemencia Chávez
Almira Vargas
Elsa Gamarra
Eumelia Alegre
Elba Alegre
Julia Cotrina
Illma Tamayo Angeles
Elba Espinoza
Rosario Figueroa
Luísa Figueroa Sifuentes
Hortensia Menacho

Escuela inicial
Graciela Angeles de Olivera
Alicie Philips
Susana Bambarén
Regina Bambarén

Maestros de escuela en estancias
Caludio "Llipi" Ramos
Ismael Tamayo
Raúl Olivera
Albino Figueroa
Dora La Vandera
Hermelinda Mori
Lima, 28 de mayo de 2010.
Maestros de escuela de la ciudad y caseríos cercanos
Por ahora, entregamos los nombres sólo de una parte de esa inmensa legión de maestros que se pasaron la vida enseñando y educando a los niños y a la comunidad, en la ciudad o en el campo, en los valles y quebradas o en las punas.